Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 30 de diciembre de 2010

JUAN CARLOS DE LARA [198]


Juan Carlos de Lara

Juan Carlos de Lara nació en Huelva el 28 de noviembre de 1965. Comenzó a publicar a los trece años en distintos diarios y revistas especializadas y a colaborar en espacios radiofónicos. Fundó y dirigió la entrega de poesía Hojas Nuevas y la colección de libros Ramos de perejil. Ha pertenecido al equipo de redactores de la revista Literatura infantil y juvenil, de Barcelona.

El cantautor José Luis Pons ha puesto música a su poesía y la ha publicado en los discos Mar de leva (1995) y Canción del poeta del sur (2000).

Aunque ha hecho incursiones en la prosa poética, el relato breve, la crítica y el ensayo literario, Juan Carlos de Lara se expresa fundamentalmente a través de una poesía dotada de sencilla naturalidad, donde la intensidad lírica se asienta sobre una clara estructura rítmica, según expone Ramón Reig en su Panorama poético andaluz (1991).

Libros de poesía

Libros publicados

Caminero del aire. Huelva, 1985.
Elegía del amor y de la sombra (poemas de soledad). Huelva, 1987.
Antes que el tiempo muera. Diputación de Huelva, 2000.
Memoria del tiempo claro (Antología poética). Editorial Alea Blanca Granada, 2008.
Paseo del chocolate. Editorial Renacimiento Sevilla, 2008.
Depósito de objetos perdidos (Premio Leonor de Poesía). Diputación de Soria, 2016.1
Ha publicado, además, el cuaderno Aquí y ahora (1992) y el pliego Cuatro poemas (1998).

Figura en las antologías

Manuscritos. Feria del libro, Huelva, 1986.
Cuadernos de Roldán. Sevilla, 1991.
Selección de obras de poesía y narrativa. Junta de Andalucía, Sevilla, 1992.
Poetas por la paz. Ediciones del 1900, Huelva, 1995.
Searus. Ateneo de Los Palacios (Sevilla), 1997.
A propósito de Donaire. Patronato de Cultura de Ayamonte (Huelva), 2001.
Palabras sin fronteras/Palavras sem fronteiras. I Encuentro de Escritores Huelva-Algarve. Junta de Andalucía, Huelva, 2002.
Searus (1978-2002). Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca (Sevilla), 2002.
Voces del extremo. Poesía y utopía. Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer (Huelva), 2002.
Invitados. Ateneo Alternativo Antonio Carrasco Suárez, Huelva, 2003.
Voces del extremo. Poesía y canción. Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer (Huelva), 2004.
Voces del extremo. Poesía y ética. Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer (Huelva), 2005.
Mar, cien veces mar. Fundación El Monte, Huelva, 2006.
Poesía viva de Andalucía, de Raúl Bañuelos y otros. Universidad de Guadalajara (México), 2006.



HAY DÍAS DE DOMINGO, DE LLUVIA 
O QUÉ SÉ YO

Hay días de domingo, de lluvia o qué sé yo
que parecen gozar en revolver mi vida,
y encuentran, a pesar de mi desorden,
tal vez en un cajón o en el bolsillo
de alguna prenda vieja,
unos recuerdos fuera de contexto,
cierto dolor sin lógica,
tan sólo algunos nombres pero un largo
etcétera de ausencias.

Hay días, lo repito, que insisten en leerme
las líneas de la mano,
y sale mi pasado a relucir,
así, tan fácilmente,
como entender mi letra en un diario.
Y sin embargo existe,
escrito en una parte de mí que no conozco,
un trozo de papel indescifrable.

Yo no sé lo que arrastro, es la tristeza
de aquel patio a las seis,
campanas a lo lejos, el olor
de la tierra mojada,
una tarde de fiebre sin colegio
y un confuso amasijo de voces que me llevan
allí hasta donde puede dar de sí la memoria.
Pero también las dudas y los miedos,
una extraña ansiedad, el nerviosismo
de mitad de septiembre
y esa especie de vértigo cuando miro hacia atrás
y esa niebla del tiempo que lo humedece todo.

Y es que apenas me sirve el cumplir años,
tener más experiencia, creerme que ya sé
cómo quedar a salvo de los escalofríos,
si luego llega un día y me demuestra
que aquí estoy yo, el de siempre, todavía,
que jamás cambiaré, que llevo dentro
un sabor a imposible,
un puñado de sombras, unos sueños a medias
y estos tristes recuerdos que seguirán conmigo
cuando ya no me quede de la vida otra cosa.

(La Pájara Pinta 28, 2008)


Autorretrato

No sé bien el porqué, pero sucede
que me paso la vida coleccionando inviernos
como cromos antiguos:
el agua de los charcos,
la nieve por caer de la memoria
y la hoja de diciembre de un almanaque escrita
al dorso de otro frío.

No conozco el motivo, pero a veces ocurre
que voy viviendo a tientas,
y me pierdo por largas avenidas sin nombre
de portales sin número
con los ojos sin brillo y con barba de unos días
sabiendo a ciencia cierta
que tan sólo es posible seguir hacia delante.

No consigo explicármelo, pero el caso es que siempre
acabo por echar todo a perder
con esta irremediable propensión al recuerdo,
con mi vieja manía
de ver el porvenir así, tan mate
como el agua estancada
pero que llega y pasa sobre mí como un río
con esta incontenible celeridad de ahora.

No entiendo cómo entonces, inesperadamente,
hay mañanas que encuentro cada cosa en su sitio,
las palabras exactas,
las horas puntuales
y que me miro yo y me reconozco
delante del espejo.
Hay mañanas, ya digo, que empiezan casi alegres
y la esperanza irrumpe con el sol en lo alto,
pero no sobreviven
porque escribo la tarde con la t de tristeza,
y me da por pensar y no escarmiento
de salir a la calle con los bolsillos rotos.

No lo voy a negar, nunca he tenido
los pies sobre la tierra,
ni ahora que ya gozo, como suele decirse,
de una cierta experiencia de la vida
me ocupo de las cosas que debiera:
del coche, del dinero, del prestigio,
no sé, de todo aquello
que un hombre de mi edad considera importante,
y ni como ni duermo entre carpetas azules,
entre viejos recortes que se han puesto amarillos,
asomándome al mundo
con los libros forrados y la mirada en cueros,
buscando en todas partes el verso que no llega,
a solas con mi tanto por ciento de amargura,
hasta que al fin un día
la soledad, los años, un dolor, qué más da,
lo que quiera que sea me escribirá su nombre
por detrás de ese frío que ha de hacerme el favor
de cerrarme estos ojos en mitad del olvido.


*


Hija mía, si nunca me he sabido 
defender de esta vida que tú empiezas, 
si en mis ojos aún quedan tristezas 
sin edad, sin remedio y sin sentido 
hoy que estás en mis brazos he podido 
desbaratar al fin todas las piezas 
de este particular rompecabezas 
de vivir sin creer que se ha vivido. 
De ti no me hallarás nunca lejano 
y seré quien te coja de la mano 
cuando te encuentres sola y cuando llores. 
Y duerme confiada en tu niñez, 
que habrás de caminar más de una vez 
entre el dolor, la niebla y mis errores.




A Manuel 


Sabes 
cómo te meto dulcemente en mí 
que no puedo guardarme los te quiero 
que mi piel toda colabora y besa 
el reciento misterioso de tus poros 
Mi lengua charco resbala 
humedece el cuenco amor de tu mano 
el arco de tu piel 
el salobre erguido de tu sexo 
Pero es la tuya la que exige prioridades 
y naufragas como suplicante enlazado a mis piernas 
Ato tu cintura y hacia mí te atraigo 
alzo tu sonrisa hasta mi boca 
y beso los cristales de tus lámparas 
Me fundo 
Me aniquilo 
en el más feroz de los abrazos 
Incursiono en el calor abandono de tus muslos 
en el sudor fragancia de tu axila 
Te haces pequeño como un niño 
–chiquilín desnudo con calcetines blancos– 
arranco los planetas siderales 
para que organicen órbitas 
músicas 
alrededor de tu cuerpo 
de nata.




Depósito de objetos perdidos
XXXIV Premio Leonor de Poesía
Diputación de Soria, 2016


A SOLAS CON LA CASA Y EL INVIERNO]

(Álbum blanco)

A solas con la casa y el invierno
fui guardando mi vida
en unas viejas cajas de cartón.
Me tuve que llevar
mi ropa, mi paraguas, mis discos de los Beatles,
mi colección de miedos,
mis libros y carpetas, mis recuerdos, el mundo
que mi padre me había regalado
y en el que tantas veces han viajado mis dedos
una vuelta tras otra.

Allí dejé mis llaves, mi ausencia y un vacío
de mediana estatura,
las cartas que jamás encontrarán mi nombre,
el olor del café que no me tomo,
las vistas sobre el río, los abrazos a medias,
mi colección de sueños,
tantas fotografías que no supe
partir por la mitad…,
y el paso de los días a través de mis hijas,
y a Celia con tres años pidiéndome de pronto,
aquella misma noche al despedirme,
que jugara con ella una vez más.




Desde que Juan Carlos de Lara nos ofreciera en 2008 la antología poética “Memoria del tiempo claro”, publicada por la Editorial Alea Blanca de Granada, y “Paseo del chocolate”, que vio la luz en la prestigiosa Renacimiento de Sevilla, este poeta onubense había venido guardando un discreto silencio editorial, si exceptuamos, naturalmente, los poemas que de modo esporádico va esparciendo en algunas revistas nacionales y, desde un ámbito distinto, su obra de investigación literaria “Juan Ramón Jiménez, estudiante”, editado en 2012 por la Fundación que el Nobel tiene en Moguer.

El libro con el que ahora regresa al campo de la lírica no es otro que “Depósito de objetos perdidos”, publicado por la Diputación de Soria con motivo de haber obtenido el Premio Leonor de Poesía, sin duda uno de los más relevantes del panorama nacional. No en balde, a lo largo de sus treinta y cuatro años de existencia, jurados en los que han intervenido poetas de la talla de José Hierro, Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, Félix Grande o Luis García Montero han concedido el galardón a nombres como Carlos Murciano, Jesús Aguado, María Sanz, Olvido García Valdés o Miguel López Crespí entre otros.
            
En el caso de la pasada edición, en la que participaron 273 obras procedentes de dieciocho países, fue un jurado integrado por los escritores Irene Gracia, Juan Malpartida y Juan Antonio Masoliver (crítico literario, además, de “La Vanguardia” de Barcelona) el que acordó por unanimidad otorgar el Premio Leonor a la obra de Juan Carlos de Lara por ser “una poesía con autenticidad, apoyada en una gran coherencia narrativa y que reflexiona sobre el tiempo como pérdida del pasado y desolación del presente”.
            
Y es que partiendo desde la visión machadiana de que se canta lo que se pierde y a través de la sorprendente musicalidad que aporta su hábil combinación en blanco de alejandrinos, endecasílabos y heptasílabos, “Depósito de objetos perdidos” se presenta como una meditación interiorizada sobre todo lo que el paso inexorable de la vida nos lleva a perder. “En ti se deposita / lo que la ausencia y lo que el tiempo quita” nos anticipa sobre su contenido una cita de Quevedo en el inicio del libro. Efectivamente, y como el propio De Lara ha comentado, a lo largo de sus páginas se hace repaso de todos esos objetos, materiales o no, que se quedaron atrás con el paso de los años, pero que, lejos de perderlos del todo, en realidad se le fueron depositando en su memoria y, finalmente, han terminado por formar parte de su propia manera de enfrentarse a la vida.

La inocencia, la espontaneidad, la capacidad de asombro…, para Juan Carlos de Lara esas pérdidas no desaparecieron sin dejar rastro, sino que, consumidas o desbaratadas tal vez, se le fueron acumulando en su interior como una carga de desesperanza y desolación. La tristeza se convierte de este modo en la forma que tiene de relacionarse con el mundo y la que le lleva, en última instancia, a buscar refugio en la percepción que tiene de sí mismo y a realizar un continuo proceso de recapitulación personal. Así, en el tercer poema del libro ya nos dice: 



busco sólo un refugio donde quedarme a oscuras, 
donde nadie me hable, 
donde pueda saciarse por completo 
mi absurda inclinación por repasar mi vida, 
por ir pasando a limpio mis errores, 
copiando treinta veces como mínimo 
no volverá a ocurrir, no volverá a ocurrir…


            
La casa de su infancia, el primer amor o una vieja fotografía se convierten en su palabra en algo más que simples temas, porque desembocan en la permanente y melancólica corriente de evocación del pasado que, más que cualquier otra cosa, conforma el insondable fondo de su personalidad. La memoria del poeta insiste una y otra vez en mirar hacia el ayer en un constante deseo de reconstrucción, pero no le es posible alcanzarlo tal y como era porque en su recuerdo se mezcla lo vivido y lo soñado. Del abismo de lo irrecuperable se asomará la certeza de que sólo somos presente.

La voracidad del tiempo, sin embargo, no planea únicamente por encima de los poemas nostálgicos o de evocación de los días perdidos. Porque también en aquellos que se desarrollan en el tumulto de la vida actual existe un sentimiento de desamparo ante la fugacidad de la vida, una conciencia de lo breve y frágil de nuestra permanencia. De este modo, si el amor de adolescencia se quedó para siempre entre la bruma, el amor que ilumina la última parte del libro se desenvuelve entre el vendaval y el vértigo; y si es imposible el regreso a su propia niñez, hoy, al abordar la de sus dos hijas, es lo efímero de esa edad lo que nubla sus versos: “Han pasado los años con sus pasos perdidos / tú te has hecho mayor y yo un poco más viejo” le dice a María; “que estos momentos son irrepetibles / y que se te irá la infancia como un soplo”, le advierte tristemente a Celia.
           
La poesía de Juan Carlos de Lara, al menos la de “Depósito de objetos perdidos”, encuentra acomodo entre las cosas diarias, procura estremecerse con ellas. A diferencia de sus cinco libros anteriores, los versos que nos presenta ahora se acercan mucho más a lo concreto y, a veces, incluso suenan con un timbre buscadamente prosaico. Leer este libro supone conocer fragmentos de su vida porque en él están las calles por donde suele caminar, los libros que lee o la música que escucha. Y como desciende a los detalles, como nos va narrando unas vivencias, sus poemas se vuelven inesperadamente largos. Sin embargo, a través de ellos y de algunos sencillos dibujos a tinta china con los que el propio autor suele ilustrar sus libros, sabe ir más allá de lo cotidiano y saltar por encima de sus circunstancias personales, extendiendo la experiencia individual hasta universalizarla.

Y es que cuando la intimidad del poeta trasciende lo anecdótico y lo particular para ocupar el terreno de las emociones plenamente reconocibles por todos, cuando lo que revela el poema afecta al que lo lee, que lo sabe cierto en su propio interior, se está haciendo realidad el sentido de la poesía auténtica. Y la de Juan Carlos de Lara lo es verdaderamente.

José Torres Almagro




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