Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 17 de enero de 2011

JOAQUÍN ROMERO MURUBE [224]



Joaquín Romero Murube

JOAQUIN ROMERO MURUBE ,  (Los Palacios y Villafranca (Sevilla), 18 de julio de 1904 - Sevilla, 15 de noviembre de 1969), fue un articulista y poeta de la Generación del 27. Nació en el municipio actual de Los Palacios y Villafranca, en la calle Real de Villafranca (para los palaciegos "Calle Real"), en el actual número 25.

Funcionario del Ayuntamiento de Sevilla y custodio de sus Reales Alcázares, desde su puesto como redactor-jefe de la sevillana revista poética Mediodía se vinculó a las Vanguardias poéticas relacionadas con la Generación del 27, de la cual formó parte. Impulsó la revista El Ala del Sur de Pedro Garfias, uno de los puntales del Ultraísmo. pero también perteneció a la generación de 98.

Obra

Entre sus libros poéticos destacan Prosarios (Sevilla, Imprenta Gironés, 1924), Sombra Apasionada (1929), donde el autor alterna el Creacionismo, el Surrealismo, el Neopopularismo y el Clasicismo. La crítica ha señalado también el influjo de Ramón Gómez de la Serna, Valle-Inclán, José Bergamín y Pedro Salinas. La impronta de Federico García Lorca es visible en su segunda etapa poética, integrada por Siete Romances (Sevilla, 1937), Canción del Amante andaluz (Barcelona, Luis Miracle editor, 1941) y Kasida del olvido (Madrid, Editorial Hispánica, Adonais, 1945), continuado y ampliado en Tierra y Canción (Madrid, Editora Nacional, 1948).

De sus ensayos destacan Dios en la ciudad, de 1934, incluido luego en Sevilla en los labios (Sevilla, Colección Mediodía, 1938); Discurso de la mentira (Madrid, Revista de Occidente, 1943), Memoriales y Divagaciones (Sevilla, Gráficas Tirvia, 1951) y Los cielos que perdimos (Sevilla: Hermandad... Soledad, 1995). Investigó además sobre la figura de Francisco de Bruna y Ahumada (1965). En el género narrativo, iniciado muy pronto con novelas como La tristeza del Conde Laurel (1923) y Hermanita amapola (1925), hubo un largo paréntesis inactivo que se cerró con.Ya es tarde (Sevilla, Gráficas del Sur, 1948) y Pueblo lejano (Madrid, Ínsula, 1954).



Joaquín Romero Murube

En Memoriales y Divagaciones, Romero Murube afirmaba que la vida del sevillano emergía en dos medidas puras: la luz y el horizonte. Claridad -visión- interior y espacio universal y trascendente marcan -a su vez- la personalidad de este autor y ateneísta que entendió a Sevilla como ámbito inigualable donde viven reunidos los ángeles, las musas y los duendes, rectores dulces y abismos claros de la eterna Andalucía.

La trayectoria humana y literaria del que fuera redactor-jefe de la revista Mediodía está vinculada a las vanguardias (fue de los primeros en apoyar El Ala del Sur, del ultraísta olvidado Pedro Garfias), a la visión artística y meditativa de un nuevo Edén recobrado y a la dimensión ética e histórica de una singular geografía literaria (Sevilla y, por extensión, el ámbito meridional). Temprano escritor de La novela del día con La tristeza del Conde Laurel (1923) y Hermanita amapola (1925), sus inicios narrativos y líricos tienen como referencia a Prosarios (Sevilla, Imprenta Gironés, 1924), una obra traspasada por ese ideal juvenil de silencio y pureza de alma, que él mismo dejó traslucir en el prólogo: Seamos humildes, sinceros, fervorosos. Amemos nuestro amor con el más exaltado de los delirios. Y nunca olvidemos que si junto al rayo de sol la perla quedó oscurecida, no por eso deja de ser la más preciosa entre las piedras. Impresiones y visiones de fondo juanramonianas y d'orsianas, con amores campesinos, alternan con estampas familiares, jardines de ensueños y sendas urbanas traspasadas por la melancolía y el amor, según la norma de Amiel (Diario íntimo), recogida coma epígrafe: Cualquier paisaje es un estado de alma. Estas reflexiones -que incluyen incluso un poema como "Coplas de mar amargo"-, no esconden -por contra- la crítica sobre la ciudad falseada: Desacertadas normas edificias, afán de seudosevillanismo, o, las más de las veces, inopias de gusto, tanto en particulares como en corporaciones, van poco a poco, así material como espiritualmente, despojando a Sevilla, a nuestra Hispalia, de su gracia natural, fina e ingenua. La muestra primera tendrá su continuación lógica en Sombra Apasionada (1929), libro mosaico -dedicado a Gabriel Miró- donde su autor alterna prosas sensitivas y creacionistas-surrealistas con aforismos de estética, poesía clasicista (décimas) y neopopularismo (canciones, romances). Todo traspasado por la visión de la 'ciudad a distancia' que será característica asimismo de Cernuda en estos años. Las influencias de Ramón Gómez de la Serna (greguería), de Valle-Inclán (esperpentos), José Bergamín (aforismos, El cohete y la estrella) y Pedro Salinas (prosas, Vísperas del gozo) son evidentes en esa colección de textos, de los años 1925 a 1927, publicada como 5º Suplemento de Mediodía y que responde -como el poeta dejó escrito- "a la tesitura entonces desusada de que el fenómeno lírico no necesita para su expresión del receptáculo cristalino tradicional del verso y de la rima".



En 1934, el también funcionario del Ayuntamiento sevillano dará a la luz José María Izquierdo y Sevilla (Sevilla, Imprenta Municipal), fruto de la concesión del "Premio Izquierdo" de dicho año, otorgado por el Ateneo Hispalense. La investigación realizada supone una perspectiva de la "universalidad y excelsitud" que el abogado, profesor y responsable de varios ensayos -Izquierdo- quiso para la ciudad que le vio nacer. El ensayo nace como un reto: cómo explicar a los mismos sevillanos los conceptos fundamentales -con biografía incluida- del autor de Divagando por al ciudad de la Gracia, con el objetivo de universalizarlos: El divagar es artizar sin artificio, hacer sin técnica, expresar sin forma; es traducir una sensación por otra, una imagen por una idea, una idea por una emoción, una emoción por un ensueño...divagar es sentirse crítico en la creación y artífice en la contemplación. Por otra parte, en ese mismo año, de 1934, publica su ensayo Dios en la ciudad, más tarde incluido en Sevilla en los labios (Sevilla, Colección Mediodía, 1938). Es éste uno de los libros centrales de Romero Murube: y no sólo por la filosofía expuesta en sus páginas, sino por las líneas estéticas apuntadas, que serán después ampliadas en entregas posteriores: vitalismo sevillano, con sus mitos y leyendas; recuento de vida y literatura en torno a maestros (Bécquer) y al grupo generacional (Mediodía); recreaciones de jardines y de la gracia misteriosa y secreta de los bailes; el temblor de campanas y oraciones que supone la emoción religiosa, etc. Todo ello, con la huida del narcisimo localista y la exposición directa de las limitaciones de una geografía tópica: Queremos una Sevilla universal, dentro de esas normas propias y características que hacen de las ciudades valores apartes y comunes como rosas de distintos aromas y colores. Creemos que, literaria y artísticamente, los sevillanos deben esforzarse en lograr expandir esa enorme fuerza centrífuga que contrae la sugestión de la ciudad al encanto de un patio, al primor de una página, o al círculo mínimo y cordial de una copa de vino. Hay que hacer Sevilla para el mundo, ya que también sabemos hacérnosla- recreación- para nosotros. Así, en esa dirección creativa, en lo concerniente a la prosa, nueve años más tarde se imprime Discurso de la mentira (Madrid, Revista de Occidente, 1943), y -de nuevo- Sevilla trasciende su propio mito -vuelven a reproducirse páginas ya dedicadas a Izquierdo de 1934-, ahora en encuentros con Europa, con esa construcción armoniosa de la ciudad a la que se refiere Ortiz de Lanzagorta, en 1985. A lo largo de tres décadas, el autor publica Alcázar de Sevilla-Guía Turística (Patrimonio Nacional, 1943), Pregón de la Semana Santa (Sevilla, Católica Española, 1945), Memoriales y Divagaciones (Sevilla, Gráficas Tirvia, 1950, colofón 1951), Lejos y en la mano (Gráficas Sevillanas, 1959) y Los cielos que perdimos (Gráficas Sevillanas, 1964). Los tres últimos forman una trilogía sobre los espacios de la memoria, donde la divagación alcanza a ángeles, musas y duendes andaluces, al gozo dionisíaco de la ciudad -realidad inmedita, hondura vital-, y al cuerpo y espíritu de jardines y escritores evocados, sin olvidar el tiempo de Dios y la propia poética. Una última obra de investigación, con la que consiguió el "Premio Ciudad de Sevilla", en 1964 (Sevilla, Publicaciones del Ayuntamiento), se centra en los avatares y logros de Francisco de Bruna y Ahumada, responsable durante 42 años (1765-1807) -como el mismo escritor, dos siglos más tarde- de los Reales Alcázares de Sevilla.

Romero Murube recoge además tres narraciones "novelísticas" en ...Ya es tarde (Sevilla, Gráficas del Sur, 1948), y -seis años después- compone -al modo juanramoniano- una hermosa elegía de su pueblo, visto a través de los ojos de la niñez, bajo el título de Pueblo lejano (Madrid, Ínsula, 1954).

Como contrapunto a la labor narrativa y ensayística, la creación poética fue acrecentándose con el paso de los años. A Sombra Apasionada sucedió Siete Romances (Sevilla, 1937), dedicados a Federico García Lorca, sin nombrarlo: "¡A ti, en Vizna, cerca de la fuente grande, hecho ya tierra y rumor de agua eterna y oculta". Desde la bailarina, el enamorado, el jardín, el torero, hasta el Gobernador de Sevilla Cruz Conde o el famoso "Romance del crimen", publicado anteriormente en el n. 14 de Mediodía ( febrero 1929), como "Aleluyas del crimen", que bien podría aplicarse a la muerte del poeta granadino: "Los niños llevan a casa/ pistolas, bombonas, guantes.// La sombra quedó cosida/ con el cuchillo, a la carne.// Por el asfalto resbalan/ serpientes de verde sangre.// En Tokio y en Marsella/ en Liverpool y en el Havre.// Y en todo el mundo la prensa/ llevará con gran detalle// a los hogares honrados/ cinco columnas de sangre". Pasados cuatro años, Canción del Amante andaluz (Barcelona, Luis Miracle editor) significa la vuelta del jardín interior, espacio de soledades y sueño, bajo una polifonía de claridad y misterio. "Libro que pone orden, aclara confusiones y fundamenta certidumbres", y donde se encuentran secretos del taller de los maestros, "refrescan las mejores gracias de nuestros primitivos del Cancionero de Baena y los geniales prosaísmos de Villón", según anotó su compañero de grupo, Rafael Porlán. Un nuevo testimonio poético supone Kasida del olvido (Madrid, Editorial Hispánica, Adonais, 1945), continuado y ampliado en Tierra y Canción (Madrid, Editora Nacional, 1948). En el primero, la reescritura de la poesía arabigoandaluza delimita otras líneas ya apuntadas en los años veinte; en el siguiente, se amplian los registros -tonos-, con recuerdos portugueses y florentinos, logrando su autor -una vez más- esa inmensa elegía del recuerdo que constituye el espejo de su obra. Muy significativo es que -en el poema final de dicho poemario ("En el Cementerio del Suroeste en Barcelona") y por tanto al final de toda su obra lírica publicada- Romero Murube oponga la muerte a la Sevilla de sus sueños: "¡La muerte, aquí, frente a esta augusta calma/ del mar antiguo, en soledad sonora!.../Pero algo bulle en mi raíz de tierra/ que opone, dulce, su repulsa leve.../¡Sin mares ni colina, allá en la dura/ tierra caliente, en mi Sevilla eterna!".

En una conferencia leída en el 'Club La Rábida', de Sevilla, en el ciclo 'Poetas vistos por ellos mismos' (Los cielos que perdimos), el que fuera amigo de Paul Morand exponía las esencias, la razón, de su obra poética, referidas a su infancia: Sí, la soledad como algo denso y palpable que nos une y relaciona con el fondo de la vida y con el universo. (...) Había descubierto la soledad que nos une con las entrañas misteriosas de todo lo creado. (...) La soledad que nos funde con el alma de todo lo existente. El misterio tangible del mundo como creación y como belleza. Y el amor.

De esa soledad radical que enlaza vida con universo -conocimiento y belleza- nace la conciencia de su creación poética, la trascendencia de toda su obra literaria.

JOSÉ MARÍA BARRERA LÓPEZ


POEMAS

De Canción del amante andaluz

Sin saber por qué he venido.
Esta es mi alcoba y mi cuarto.
En la ventana el herraje
eterniza el mismo cuadro.
Se adivina, negra, el agua
en el pozo ensimismado.
Entre las ramas del cielo
tiembla el sueño de los pájaros.
La casa grande, esterada,
mata mi voz y mis pasos.

¡Soledad de mi niñez
por el pueblo y por el campo!
¡Yo nunca supe tu nombre
ni nunca te di la mano!



Soneto  en honor de Federico

He subido las calles de Granada
para buscar tu voz y tu gemido
y en fría soledad ya voy perdido
por muro blanco y tarde desolada.

Mudo el rumor del monte y la llanada.
Sin flores ni canción, sin luz, tu nido.
Busco jardines altos que has vivido
y sólo encuentro pena soterrada.

¿Y aquel caudal de vida, aquel potente
ritmo de voz humana poderoso
hecho yema del mundo y luces bellas?

Ya no te ve Granada ni te siente.
Tu sangre es caño de agua silencioso.
Tu luz y tu temblor, de las estrellas.



LUGAR

La luz agria de tu barrio
me ronda con tus cristales.
Por entre mis manos fluye
el agua añil de la tarde.
El aire queda vencido
en la pared de mi carne.
Las esquinas giran locas
alrededor de mi talle.
Pájaros perdidos cantan
porque mi lengua no hable.
La llama de mis cabellos
negra se tuerce en el aire.
Por el cielo va deshecha
la flor de mis voluntades.
¡Ay, se me corta la vida
en el cristal de esta tarde!.


A Sevilla
( De Tierra y Canción)


Sevilla, cuando yo muera
no quiero ser tierra tuya.
Aire fino de tus barrios.
Soledad de tus clausuras.
Vuelo y canto de campanas
que suben a Dios su música.
Luz de la tarde dormida.
Jazmín de novia. Ternura
de madre joven, contenta.
Caridad dulce y oculta
que besa llagas y heridas
y no pregona sus luchas.
Casta de tu señorío.
Claridades sin penumbras.
Aroma, canto, saeta,
júbilo, oración, profunda
sabiduría sin norma.
Sencillez que nada oculta.
Sevilla, cuando yo muera
quiero ser tu gracia pura



SEGUIDILLAS DE MONJAS

Quisiera ser monjita
de Santa Clara.
Y subir a la torre
- cara tapada -.
Y ver el río
cómo abraza en sus ondas
al cielo mío.

Quisiera ser monjita
de Santa Inés.
Una rosa de fuego
la Coronel.
Si yo pudiera
por vencer al demonio
mi vida diera.

En el jardín los pájaros
guardan silencio.
Las novicias contienen
hata el aliento.
Y en la cancela
- ¡Sor Ángela dormida! -
un ángel vela.

Quisiera ser monjita
de San Clemente.
En el patio de mármol
cuatro cipreses.
La fuente llora,
si esta triste y callada
madre priora.

Desde el mirador
en el conventito
de la Encarnación
las monjas han visto,
al ponerse el sol,
cómo su Eminencia,
triste y solitario,
cerraba el balcón.


GIRALDA 

Veinticuatro campanas
repican altas.
Veinticuatro campanas
dentro del alma.
¡ Ay quien lograra
ser de plata y de música
en la Giralda !

Sombra

¡Sombra, tumba primeriza
que cava el cuerpo en la tierra,
contorno justo que encierra
presuntas nadas, ceniza.
La línea fiel, puntualiza
un perfil muerto, aunque crece
si el cuerpo en la luz se mece.
Sólo al colmar la mañana
en la alegría meridiana
la tumba desaparece!



Espejos

El espejo es el hijo predilecto de la luz
Basta un espejo para desbaratar el mundo.
En el río están los espejos atacados de prisa. El mar es el manicomio de los espejos.
   La luna, el camposanto de las lunas rotas y muertas de los espejos.
La única tristeza de los espejos es no tener voz.
Hay muertes ocasionadas por el veneno de los espejos: la de Venecia, entre otras.
Los espejos guardan el cadáver del aire.



Ciudad: estío

Cine de Dios, la tarde, dilatada
pantalla universal de aire en relieve
ilumina con oros casi densos
las horas que se rinden al poniente.

Rayos horizontales, paralelos,
encienden las fachadas en reposo
y va la prisa envuelta en la ceguera
de un remolino aspado en sombra y oro.

Sobre la calma la ciudad irradia
su latir presuroso de metales
y el sol abre sus venas de colores
en los largos espejos de las calles.

-No podrá la gran urna de la noche
cegar estos jardines de reflejos
que, flores de cristal, platino en ascuas,
fingirán en la noche su destello-.

Sobre la frente la ciudad repica.
Y van mujeres, sin perfil, disueltas
en la áurea tarde que relumbra viva
sobre la sierpe humana de la acera.

[Sombra apasionada]



A unos cedros

Aquí en la cumbre al sol, con memorias de siglos,
los cedros imponentes, catedral de los bosques.
Cuajaron las auroras sus besos de alboradas,
fundieron los estíos sus mostos y dulzuras,
pasó el invierno duro con témpanos y lluvias
y ellos solemnes, graves, con lentitud de hormigas
van clavando en el cielo una ansiedad de fuente.

Fuente de verde vida, latidos de sustancias
vírgenes, transparentes -agua, sol, luz, resinas.
La arcilla que se encrespa por ser arquitectura
y nutre el tronco fuerte, las cruces corpulentas,
los vástagos flexibles, las piñas de los frutos,
y ese plumón de plata que reviste las ramas
y en donde el aire duerme cansado de caminos.

El sol se posa en ellos con claridad de hermano.
Son altivos, potentes, milenarios, augustos.
Los días de los hombres no rigen en sus tiempos;
parece que se escapan del poder de la muerte.
Si un latido en sus ramas cobija ardor y sangre
son águilas, supremos temblores del espacio,
que alfombran con sus alas los pasos de los dioses.

En el vasto silencio de las cumbres dormidas
los cedros poderosos tienen su voz constante.
Es un mar entre ramas, sin aguas ni mareas.
Es un rumor perenne de horizontes y alturas.
La luz que se rebulle sobre un lecho de amores.
Es un latir de esencias que se vierten al viento
con ritmo encelestiado para que el aura rece.

No me asombran ni aturden vuestras fuerzas ciclópeas,
oh cedros milenarios, tempestad de las horas
erguidas en supremos poderes del reposo.
Junco de sangre débil criado entre caricias,
mi vida apenas logra vuestro vuelo más niño.
Pero con algo vence vuestro poder de atlantes...
Son mis ojos que os miden, mi palabra que os canta.

  

Kasida de amor y de miedo

-¿Quién me sigue por la calle?
-¿Quién en la esquina en acecho?

-Nadie te vio entrar. Respira.
La vida nace en tus besos.
Están las puertas cerradas
y el corredor en secreto.

-¿Quién pasa tras la cancela?
-¿Quién habla cerca, aquí dentro?

-No pasa nadie. Los muros
no devuelven ningún eco.
Tus labios, llenos de espanto,
duelen de frío y de fuego.

(En la oscuridad, las sombras
juegan su baile de espectros.
En el aire de la cita
brinca la cebra del miedo.
Crujen auras navegantes
sobre el cauce del silencio.
Y el mundo rueda al abismo
ante un reloj descompuesto.)

¡Ay amor si tú volvieras,
amor de amor y de miedo!



Kasida de la gloria

Algún día por esta calle
de Santa Clara, en la paz
de un atardecer de oro,
pasará un hombre perdido
hacia un afán inconcreto.
Habrá esta luz trasparente,
celeste, pura, sin fin.
Habrá este claro reposo
lleno de sonoridades
de cal profunda y sencilla.
Jugarán, puros, los niños
ante el marco de sus puertas.
Una risa de mujer
en el abril de su edad
pondrá en la carne del viento
el temblor de una caricia.
¡Y algo unirá nuestra sangre
con los cimientos del mundo!
Irá un hombre por la acera
con toda el alma en sus ojos.
Yo estaré muerto, olvidado
para el mundo y las personas.
Y alguien pensará que un día
habrá existido otro hombre
que gozara esta delicia,
este silencio, estas luces,
esta risa, esta tristeza
dulcísima, irreprimible
hacia ese afán inefable
que es más que vida y que muerte...

[Kasida del olvido]


   


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