Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 25 de junio de 2011

SALVADOR GALÁN MOREU [438]



Salvador Galán Moreu 



(Granada, 1981)
Es licenciado en Psicología por la Universidad de Granada y trabaja como educador social en Madrid. Autor de El Centro del frío (Ed. Lengua de Trapo, 2011) al que se le concedió el IX Premio de Narrativa Caja Madrid, y de Libro del Diabologán (Ed. Difácil) que obtuvo a su vez el XI Certamen Internacional de Poesía Martín Gª Ramos. Anteriormente había sido distinguido en otros certámenes, entre ellos el Injuve 2010 de Narrativa con la nouvelle En el nombre del reagge. En 2008 se tituló DEA en Lingüística con la tesina Roberto Bolaño y la bandera de Chile por la UAM y ha colaborado con publicaciones como Las Afinidades Electivas, Espéculo, The Barcelona Review, The Gentleman Soldier, Efe 24, El coloquio de los perros, La Nueva Grecia, o Río Grande Review…



Su poesía ha sido incluida en los libros colectivos Poetiche della precarietá 3 (Ed. Zona, 2007), Elefante Rosa (Ed. Alea Blanca, 2010) y La vida por delante (Ed. En Huida, 2012); y su narrativa en la reciente antología de voces nacidas en los ochenta Última temporada (Ed. Lengua de Trapo, 2013).






COGE ESTE POEMA Y LÁRGATE YA

Regresa del trabajo y se la topa
tendida sobre la cama deshecha
mordisqueando su fruta
mientras hojea algún tipo de catálogo

A ojos suyos la escena torna a restos y manchas
-de manzana de cierto fluido químico-
ensuciando las sábanas color carmesí oscuro.
:
Una Esfinge de piernas gordezuelas
interroga sin bragas al Edipo indio del protagonista
:
¿Beberemos nuestra sangre esta noche?

Cuando éste grita el título
ella lo acata en su segunda cláusula
pero s0lo porque le viene en gana



CODA A 1
(Poema de amor)

No me extraña Irlanda que sufras, que llores, te envilezcas y me olvides: nadie escribiría una ópera sobre ti, odiarte es desear madres postizas. Quererte, despechar a las sirenas. Hoy estrenan Jesucristo Superstar. No me preocupa que acudas con esas bragas altas, blancas, muttande di postguerra italiana, entre las mondas de patata en circuncisión. Nuestros críticos no se equivocan contigo: se cierne tu naufragio. No quedan insectos ni bestias, pero una araña acaricia tu rostro y a nadie le sorprende. Crucifícala.
Hey Irlanda, escuché que construirán Microdisney, ¿llevarás a tus ratas de visita?
No te odio porque estés en todas partes, te odio porque me odias.
Vete a la mierda Irlanda. ¿Sólo así me perdonas?
De nuevo estamos juntos. Muertos. Te odio. Tú. Bésame.



4. MISTERIO

Cavó entre las sombras
como si untara una manteca sabia
y enterró el cuerpo
con deleite,
dejando
fuera la cabeza.

Su figura
se asemejaba al sombrero
de copa de un mago.

Ven, le dijo,
voy a enseñarte mi truco
más viejo entre
los árboles,
y se despidió en mil idiomas
distintos
con un solo gesto.




08:51 AM



Durante la disputa una tregua de miradas:

luto por nuestro antiguo bienestar.
La cama es campo de batalla y verbo.


Te relames: subrayas con saliva

cuanto ibas a decir.


Despejas las palabras como si me escupieras

huesos de una cereza maltratada,
conduces el discurso sobre piedras y rocas.


No hay nada alimenticio en tu monólogo:

la carne, el fruto, aquello que jamás pronuncias,
vacía de semillas el mensaje.
                        
Mi arma es voraz silencio.
(De la plaquette Doméstica, incluida en La vida por delante).






El libro del diabologán.
XI Premio Internacional de Poesía 
Martín García Ramos

Prólogo de Jairo García Jaramillo
Difácil, Valladolid, 2013

por Julio Béjar.

A Salvador Galán Moreu ya le subrayé algunos versos en su plaquette Doméstica, armados con la potencia de la cotidianidad:


Ensayas gestos frente al espejo matutino
como quien va de tiendas a probarse matices,
muecas, estados de ánimo, rictus al por mayor.


Y ahora en El libro del diabologán le celebro tres ideas: la antipoética, la multivocidad y el cuestionamiento de la identidad. «Mieux vaut se taire que paraître faux» cantaba el grupo de rock francés Diabologum, de cuyo nombre se inspira el título del poemario. Y es que Galán Moreu prefiere reconocer los límites de la palabra que impostar certezas:


No digamos nada más       nada de eso sirve
vayamos por aquí
sintonicémonos.


Su poética personal se afianza en la incertidumbre (con semejante rebeldía que Nicanor Parra) y se zambulle en la duda para salir a flote guiándose por la intuición: «los muchos que en mí se hallan nada escriben: / intuyen». En las cuatro partes que componen el libro, Galán Moreu recoge varias maneras de decir: el verso libre, la prosa poética, el caligrama y la escritura automática le sirven como herramientas para hacerse eco de las múltiples voces de un mismo yo lírico, «quien varía el rostro en sus fotos de carné». La duda problematiza el poemario hasta cuestionar la propia identidad del poeta; él mismo se increpa ante el espejo o el carné de identidad, existencialista a veces y estoico en otras:


Todos los cactus sufren sus espinas,
todos los burros lloran la herradura, yo pronunci
mi nombre.


En El libro del diabologán, Galán Moreu consigue construir su andar poético por el precipicio de la tentativa, el agotamiento y la duda. Por eso me interesa, porque emprende un camino de indagación hacia sí mismo: «esto es duda / sin género de vida».



NO/NADA


1)
sentado encima del retrete sigo
la caprichosa geometría
de los dibujos sobre los azulejos brillantes
que conforman la falda inferior del cuarto de baño                
así decido que no               
te diré no  -sí-  hoy no
                                  culpando a la CERÁMICA
2)
discontinuidad      quiebra
la intención se entumece   
bizqueo mientras el pez dorado de la sabiduría pasa   


despojado de su misión el Hombre se ahoga       

tiene bulla               SALPICA
finalmente proverbio:
todo río es simultáneo a unos ojos cerrándose
-mis dos ojos abriéndose-


sofisma contagioso:

no hacer nada    de nada

(De Libro de Diabologán)





EL FUTURO



No les des a mis chicos trabajos que desesperan y hunden.

No les des a mis chicos urnas con vuestro nombre dentro.
No te metas en las vidas de mis chicos porque ya suenan todas las campanas del futuro.

Manuel Vilas


En un bar llamado Los Cangas un joven poeta comprueba que aún tiene cinco minutos de  lectura y sorbe tranquilo su café.

Debe recoger a un chaval de nueve años que estudia en el colegio de enfrente.
Su curro.
La empresa le dio un móvil como coordinador de ruta y por eso se permite descansos mientras lee un libro de un autor contemporáneo, unos veinte años mayor que él.
Si cualquiera de las tres guapas educadoras de acompañamiento y merienda a su cargo lo necesitaran sólo tendrían que llamar.
Todos los días son iguales.
Siempre es lo mismo; el joven lee al consagrado-aunque nadie está nunca del todo consagrado y menos si escribe poesía-; lo hace con mucho gusto, pero sin perder el sentido crítico, al escritor que podía haber sido si no su padre, un tío. La clase de tío también joven que lleva a su sobrino de borrachera o de burdeles.
Ya no quedan burdeles y este joven poeta nunca hubiera acudido a ninguno de haberlos conocido. Siempre ha tenido una sólida conciencia social, hija de su generación, que no concibe irse de putas. De hecho él ha trabajado para ayudarlas como voluntario en un programa de la Cruz Roja.
¿Qué hace si no en este trabajo ocupándose de niños/niñas en riesgo de exclusión social?
¿Por qué no se matriculó en un MBA si su madre y su padre tienen pasta y amor?
Un tío joven y bohemio: así contempla el joven poeta a su compañero entre las páginas, boquiabierto como quien toma la primera comunión o recibe la definitiva unción de enfermos.
Son hermanos.
Santos.
Veinte años, quizá un poco menos.
Apenas la edad del poeta joven sin el doble de tiempo que precisan ciertos eventos deportivos-las olimpiadas, los mundiales de fútbol-.
Nada.
Cuando pasan cinco minutos, el tiempo despierta al poeta -como debe ser-, y las monedas, bien acurrucadas por sus manos torcidas y callosas, forman sendos tótems minúsculos de color gris sobre la barra.
Se despide con timidez y sale al frío de las cancelas escolares. Alguien susurra vaya chico tan raro, pero él no lo oye.
Un murmullo infantil trastorna la tarde y la lluvia que cesa.
Niños que corren en la misma dirección por primera vez en todo el día; todos son hermosos, tan hermosos como los poemas que se ha leído; mucho más que los adultos que aguardan con los bolsillos repletos de quehaceres.       
Tan solo una madre le inspira la belleza que halla en los chicos.
Es pelirroja y su hijo tiene un nombre extranjero: Ethan, Ethan, lo llama dos veces con voz delicada, de estalactita cayendo y clavándose en la nieve, y pareciera que al niño su propio nombre se le clava también pues acude al abrazo con amor puro e imposible.
Todos tenemos nuestro nombre hincado desde niños, piensa el joven poeta sin querer.
Y su alumno se llama Mario.
Mario llega con el flequillo en la cara y la capucha encima. Le ha visto entre las rejas y viene con la mano estirada, chocan las palmas, clap, desnudas, a pesar del frío tan mísero, tan pobre, se sacuden la presencia ñoña y familiar del resto con su orgullo de viejos amigos, compañeros de algo que ni Mario ni el joven poeta aciertan a comprender del todo.
Los niños envidian a Mario porque no le recogen sus padres y Mario se consuela con su estatus de edad breve.
El joven poeta no le da la mano cuando caminan.
Ninguno de los dos va a casa, pero solo uno está cumpliendo.
Siempre hablan de fútbol y coches, a veces de consolas pero de eso el joven poeta no sabe mucho y suele callarse. 
Cierto día el joven poeta le contó la historia de un hombre que tocaba el trombón en una orquesta y que se tiró un pedo tras acabar la sinfonía.
Por soplar tanto, dijo el niño, sellando una alianza de risa en la que solo cabían ellos, la logia secreta que permite salir de un colegio y entrar en otro. Cada tarde.
Aguantar eso sin llorar, hasta que la noche se vierta sobre el abrigo rojo de su madre, sobre sus zapatos de tacón despiadado, sobre su bolso Hermés de imitación.
Y pasan por las mismas calles tristes y por la misma plaza en ruinas de siempre, y llegan al mismo colegio y toman la merienda y hacen los deberes, y realizan manualidades.
Si todos se portan bien juegan. Aunque el joven poeta siempre deja jugar.
Algunos niños son amigos, otros no, las chicas son tontas.
Esto piensa Mario anhelando que a su madre no le tocaran esos putos turnos diabólicos.
Deseando que su padre no se hubiera largado jamás.
Y el joven poeta que lo imagina, pasa su brazo por el hombro cuando cruzan la calle a pesar de que no hay tráfico.
No como un padre sino como un tío.
La clase de tío también joven que enseña a su sobrino un poema o a sobrevivir.


(De Libro de Diabologán)






TEORÍA SOBRE NADA


(Esconded las cultas citas a mi principio…)
Se advierte a quien me lee
de los libros que han de empezar
y del poema que acabará entre ellos
—el modelo «libro redondo» ha sido
sustituido por el del «experimentador de fracasos»,
escribe Carlos Pardo en larga epístola
a Juan Andrés García Román—.
Me importa el movimiento,
su transcurso, los cauces,
la línea adelante o el retorno expansivo
—tu continua inquietud—
esperad con los ojos abiertos
esperad con los ojos cerrados
esperadme
los muchos que en mí se hallan nada escriben:
intuyen.
Esto no es lírica global
esto es duda
sin género de vida


(De Libro del Diabologán)










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