Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 24 de noviembre de 2011

1044.- FRANCISCO ITURRONDO



FRANCISCO ITURRONDO
Periodista, escritor, poeta y traductor nacido en Cádiz en 1800 y fallecido en alta mar, en 1868, camino de Nueva York. Popularizó en Cuba el seudónimo de Delio
Francisco Iturrondo, quien radica la mayor parte de su vida en Matanzas, Cuba. Entre sus trabajos literarios destacan "Corona fúnebre" y "Aureola poética".



El ocaso del sol

   Sacudiendo la blonda cabellera
inmerge fatigado en occidente
el moribundo sol la roja frente,
de Almendares velando la ribera.

   Su rica lumbre de oro reverbera  
en el cerúleo piélago bullente;
y su postrer mirada refulgente
esmalta de zafiros la ancha esfera.

   Blanca, dorada, purpurina nube
sobre su inmenso túmulo se mira,  
que al oscuro cenit fúlgida sube;

   cual se eleva sublime la memoria
de un magnánimo príncipe que espira,
siendo del pueblo la delicia y gloria.




D. José María Heredia

   ¡Cisne canoro del cubano suelo!
¿Quién oyendo los ecos de tu lira
en llanto no se inunda, y no suspira,
y se eleva en espíritu hasta el cielo?

   No es del ave de Jove el raudo vuelo
al tuyo comparable, cuando inspira
tu frente Apolo; y complacido mira
de amor y aplauso tu ferviente anhelo.

   Mientras tu nombre alígera la Gloria
lleva al umbroso templo de Minerva,
y en planchas de oro graba tu memoria;

   la Fama nuevos lauros te reserva:
Emulo digo del sublime Tasso,
honor serás del índico Parnaso.





A Dorilo y Desval

   Vates sublimes, cuya docta frente
del Pindo tropical ornan las flores;
y al oíros los tiernos ruiseñores
el canto acallan mélico-doliente.

   Vosotros, cuya cítara valiente  
embarga el corazón con sus primores;
ya celebréis los plácidos amores,
ya el sol brillante de la zona ardiente.

   Vuestro célico cántico sonoro
las ninfas del palmífero Almendares  
gratas escuchan en festivo coro.

   Resuenan con su aplauso los palmares:
Y el sacro río sobre arenas de oro
vuestra gloria inmortal lleva a los mares.





La ausencia

   ¿Y nunca dejaréis la margen bella
del límpido Armengal, donde orgullosa
la ceiba su vellón trémola airosa,
y el cocotero altísimo descuella?

   ¿Nunca en su arena vuestra noble huella  
del Yumurí verá la ninfa hermosa,
ni en su plácida sombra deliciosa
de la tórtola oiréis la fiel querella?

   En vano os pide mi amistad ardiente
al monte, al prado, a la espesura, al río,  
dulces asilos de placer y calma.

   Que la Náyade frena su corriente,
y solo escucho entre el ramaje umbrío
los profundos suspiros de la palma.





Safo

   De su pérfido amante abandonada,
mísera Safo a Léucas se dirige;
allí la prueba aterradora elige
que su pasión sofoque desdichada.

   Ya mueve el paso hacia la roca alzada:
el crimen de Faón su pecho aflige:
a Némesis perdón por él exige,
y al abismo se arroja despechada.

   ¡Infeliz! ¡ay! de Tétis en el seno
desapareció por siempre con su lira,  
dulce embeleso de la griega gente:

   Por siempre enmudeció... su plecto ameno,
¡Feliz quien junto a ti por ti suspira!
Clamó, y hundióse al piélago rugiente.





A la tarde

   Vedla cual sale de la selva umbría
la planta dirigiendo a la pradera:
¿Mirad sobre su frente placentera
cuál reluce el contento y la alegría!

   A su aspecto resuena en la alquería  
la voz de la sencilla ganadera,
que los trémulos pasos acelera
del rebaño que tímido pacía.

   ¡Ay! ¡Cuántas veces de Corina al lado
aspirando el perfume de las flores,  
mi dicha presenciaste, amiga Tarde!

   ¡Recuerdo triste de mi bien pasado!
Bien, que fiero mi mal trocó a rigores,
y cuyo engaño conocí bien tarde.





A la aurora

   ¡Salud, hija del sol! ¡cándida Aurora!
Cuya flotante túnica de rosas
empapada en esencias amorosas,
perfuma el seno de la verde Flora:

   Fresca guirnalda de jazmín decora  
tus nacaradas sienes primorosas;
y tus nítidas pomas voluptuosas
encendido carmín tiñe y colora.

   Apacible cual tú: cual tú divina,
cuando al dudoso albor del claro día  
la ebúrnea concha riges purpurina;

   tan bella, entre mis brazos sonreía,
no bien despierta tímida Corina,
en el tiempo feliz que Dios quería.





Washington

   Desde el ártico polo hasta la ardiente
playa que ciñe el mar del mediodía,
cien pueblos generosos oprimía
el duro cetro del Albión potente.

   Mas resuena en el aire de repente  
eco de -¡Libertad!- La tiranía
cae del sodio fatal en que reía,
y la América es libre, independiente.

   Washington fue quien alcanzó esta gloria:
ardiendo en ira intrépido se lanza  
a la defensa de la patria triste:

   largo tiempo es dudosa la victoria;
pero triunfa el valor, que a la venganza
el déspota más fuerte no resiste.





Sócrates

   ¡Ay del mortal que la virtud adora!
¿Qué le valiera a Sócrates divino,
postrado ante sus aras de contino,
consagrarla su vida bienhechora?

   Vanamente el filósofo atesora  
vasto caudal de ciencia peregrino;
que el ateniense, de poseerle indino,
su gloria condenándole desdora.

   En venenosa envidia el pecho ardiendo,
le acusa de impiedad el cruel Melito  
su crimen con tal máscara vistiendo:

   Tan torpe imputación sostiene Anito;
fallan los jueces... y a su fallo horrendo
sucumbe la virtud, triunfa el delito.





La primavera

   Sobre el ala del céfiro subida,
cortejada de ninfas vagarosas
que orlan su frente de purpúreas rosas,
la Primavera muéstrase florida.

   Recobra el prado su beldad perdida;  
deslízanse las ondas bulliciosas;
escúchanse las aves melodiosas,
y la natura ostenta nueva vida.

   Aquí al deleite un templo consagrado
entre flores bellísimas se mira:  
allá el pastor, en pos de su ganado,

   el dulce nombre de su amor suspira;
y al eco del campestre caramillo
trisca con las zagalas cefirillo.





Al infeliz alzamiento de los polacos en 1830

   ¡Veis del rápido Vístula en la orilla
mil pálidos cadáveres helados!
Ilustres héroes son, sacrificados
del bárbaro cosaco a la cuchilla.

   Ofuscada la Luna, apenas brilla  
sobre aquellos valientes destrozados,
mientras se oyen los vientos irritados:
¡El polaco perece, y no se humilla!

   Lanza un gemido humanidad doliente,
la dulce y mustia faz nómada en llanto,  
de inmensa pira a la espantosa llama.

   Y rebozando la divina frente,
horrorizada en el luctuoso manto,
¡Maldición a los déspotas!, exclama.


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