Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 30 de noviembre de 2011

1052.- SOCORRO MÁRMOL BRÍS


SOCORRO MÁRMOL BRÍS
Nació en Bedmar, Jaén, España. Poeta, escritora, promotora cultural, residenciada en Madrid. Se graduó de Maestra Nacional y después de Abogada, profesión que ha ejercido por más de cinco lustros. Es Mediadora porque, según sus propias palabras, “cree profundamente en la capacidad de los seres humanos para solucionar sus propios conflictos sin necesidad de que alguien crea saber sobre ellos más que Ellos mismos”. Es miembro del equipo docente de la Universidad UNED de España.

Ha publicado varios libros, entre los que se destacan: “Mágina Mágica” (relatos) 2005; “Ellas: manual uterino para machos en celo” (relatos), 2007; “Preseas y tumbagas” (poesía) 2008; “El corazón del Chimborazo” (poesía) 2008. Ha sido premiada en varios concursos literarios y su obra poética y narrativa ha sido incluida en varias antologías de España y el exterior, tales como: II Antología de Narrativa. Relatos de humor sin extrema-unción (Mérida, Venezuela) 2006; VI Antología de “Sensibilidades de oro” (Galicia, España) 2005; “Desvelados” (Madrid, España) 2002.







En esta tarde

En esta tarde
de América-de-paso
-crepita horizontal el tráfico en las calles
sedicioso, inquieta intermitencia-
estoy en-ti-contigo
tan lejos y tan próxima.
Pueblas mi soledad en esta tarde
justamente esta tarde
condenada a morirse en un minuto
-ya sabes: El Caribe
carece de crepúsculos, se apaga
como si la soberbia
mano de un Dios fatal y antojadizo
pulsara de repente
algún interruptor desaforado.
Tengo plena conciencia
de la andanada urgente de mi piel
bajo el sólido tacto de tus manos
Sí: ya sé que no estás, que no estuviste
y que nunca estarás (no hay tiempos mágicos
en la conjugación del día a día).
Pero esta tarde
estoy en-ti-contigo
y estás
aquí donde no estás ni estarás nunca.
Aquí donde eres pulpa del deseo
pura reencarnación
de esta locura intrusa y recurrente.













Quisiera imaginar

(O el himno de una mujer cobarde)

Quisiera imaginar que somos inocentes.
Que Sem, Cam y Jafet
ajenos a un diluvio de exterminios
dejaron su semilla
para poblar la Tierra sumergida
en el inmenso abrazo de un poema
escrito sobre un lecho sin decoro
donde libran sus lides los pacíficos.

Quisiera imaginar
que cada vez que digo
“Semitas”, “Jafecitas” o “Cammitas”
no estoy justificando
la Torre-de-Babel de la discordia
ni lidiándole a Dios sus paraísos
de la incierta victoria de los muertos.
Sino amando
en todos los idiomas de la tierra
cubierta
en un color de piel indefinible.

Yo quisiera saber que las mujeres
estamos en lo cierto.
Que no hay que ser valiente.
Que aquel niño
de los telediarios de la guerra
(cualquier guerra con niños
o cualquier
niño hecho a la guerra)
aquel niño aterrado
que empuña su pavor como un machete
y corre sobre un fango de sus lágrimas
y ve sobrevolar pájaros negros
que regurgitan ciegos intestinos
y talan su carrera justamente
a la altura del muslo y de la hombría,
ese niño, rejón, pánico, odio
que no podrá ser hombre sino tránsito,
exactamente ese (o ninguno)
no tiene ya el deber de ser valiente.
No nació ni vivió para dar vida
a tanta valentía desarrapada.

Quisiera imaginar que no es verdad
que la mujer que estuvo nueve meses
amasando en su instinto sin nación
la incierta biografía de su sangre
(y engendrando, tal vez, a su verdugo)
no puede ver, ¡oh Dios!, no puede ver
cómo el cántaro fértil de su vientre
estalla
derramando su historia sobre el cieno
regado con la ira de los Justos.

Soy mujer.
Y no me da vergüenza
amamantar cobardes,
acunar una daga espantadiza
ir desabasteciendo el arsenal
con raterías nocturnas cautelosas
pregonar deserciones
apostatar del dios de las cruzadas…

No hay patria que disculpe tanta injuria
ni éxodo baldío
ni miedo censurable
ni disparo neutral
ni muerte justa.

Somos tantas, tantas ya, las mujeres
(aún… quedan algunas que aún no)
pero somos tantas ya las mujeres
que en un grito inaudible
venimos reclamándole a los hombres
¡paridos por nosotras; qué locura!,
que una noche
al menos una noche,
(o algún siglo
o algún “ya-para siempre…”)
confundan los colores de los lábaros
silencien los obuses
repueblen nuestros úteros
de amantes desarmados y cobardes,
impúdicos, enteros como el toro,
intactos y desnudos de panoplias,
desvergonzadamente pávidos.
Valientes
sólo
en lances de jergones expatriados
sobre los que poder amar eternamente
siquiera pueda ser sin causa alguna…
No quiero ser valiente. No lo quiero.
¡Matadme si es preciso!
Porque yo
amo tanto esta vida tan escasa…
















Y sin embargo, a veces
el dolor de la pérdida,
como un lirio de agua,
traspasa las paredes de la noche,
emerge de las hojas de un poema,
inclina su cabeza vegetal sobre tu pecho
y asume su derrota mansamente
pactando con su tregua de caricias,
allí en lo fronterizo,
una entrega rendida y sin brocales.

Justo entonces
un estremecimiento se incorpora
al férvido oleaje de la piel
y deja que la cresta de la espuma
tome la forma exacta de tu tacto.

Y la incierta sospecha
de un beso suavemente presentido
sobrevuela el paisaje
y el regreso.








ASÍ NACÍ

Le dije quedamente:
espera, no me empujes;
déjame que me quede
en el tierno refugio
de tu vientre.

Me dijo: ¡has de nacer!
Y se puso afanosa,
dolorida y penosa,
a cumplir su tarea de mujer.

Me envolvió un estallido
de luz y de sonidos.

Así nací
un verano al amor del Aznaitín





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