Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 31 de marzo de 2012

1159.- ENRIQUE ALOT MONTES


Enrique Alot Montes (Málaga, 2 de Enero de 1922) 


Como el paso del tiempo hizo al olivo.
Así ha titulado Enrique Alot Montes su primer y único libro hasta la fecha, un poemario que contiene ciento cincuenta sonetos y un romance, con portada del pintor Antonio Ayuso, prólogo del poeta Juan Miguel González del Pino y todo el empeño y dedicación de su hija Alicia Alot Moya. Ayer, martes 8 de Octubre de 2010, a las ocho de la tarde, en el Centro Andaluz de las Letras, en la malagueña calle Álamos, tuvimos una cita todos los familiares y amigos del poeta para ser testigos de su presentación pública. Contó con una digna introducción que corrió a cargo de Manuel Salinas y de Juan Miguel González, presentados a su vez por Inés María Guzmán, vocal de Poesía del Ateneo de Málaga, ya que el acto fue organizado por dicha entidad con la colaboración del Centro Andaluz de las Letras que cedió tan preciosa sala. Imprenta Montes, que no sólo ha editado la obra, regaló un ejemplar a todos los asistentes.

Enrique Alot Montes, de ascendencia militar por parte de padre (coroneles y comandantes de infantería) y amante de las artes por parte de su madre (su bisabuelo materno fundó la Imprenta Montes en 1868), estudia hasta los catorce años. Se va la guerra con la “quinta del biberón” y con dieciséis entra en la escuela militar de especialistas del aire. Se embarca como radiotelegrafista y conoce todos los puertos de África. Estuvo destinado en Fuerteventura y en Getafe. Murcia y Las Palmas fueron otros destinos posteriores ya como Jefe de Telecomunicaciones. Casado con Julia Francisca Moya fue padre de tres hijos: Enrique, Julia (1962 - +1971) y Alicia. Se instala en Málaga con su familia, en la Avenida de Andalucía, una casa de primera ocupación de la flamante Barriada de Carranque. A raíz de la muerte de su hija Julia pide traslado a Las Palmas y en 1977 empieza a escribir. En 1983 pasa a la reserva activa y se va a Chilches, quedándose grandes temporadas en soledad.

De como este gran hombre llega a ser el autor de Como el paso del tiempo hizo al olivo, hay toda una trayectoria de trabajo e inquietudes, de sufrimientos y de desencantos, mucho más esto último ya que las dosis necesarias para conseguir tal punto de conocimiento pasan ineludiblemente por la pena, el dolor y las lágrimas. Es natural que de un autodidacta que aprende electrónica y se dedica a arreglar con su seiscientos aparatos por los pueblos (sin cobrar la mitad de las veces a los que consideraba gente humilde) “nostálgico de versos con albahaca” nazcan tan bellos versos. Enrique se niega a bombardear en la Marcha Verde a mujeres y niños. Enrique recoge y cuida en su casa de Chilches a todos las criaturas vivientes que llegan necesitadas, desde perros callejeros a tórtolas heridas. ¿Cómo no le iba a nacer tan extraordinaria cadena de endecasílabos a este ser tan especial, inventor, hortelano, buena persona, perdidizo, solitario y ausente? Es algo natural que así suceda. Enrique Alot Montes llega a ser por orden y concierto arquitecto del soneto, esa composición poética que según Juan Miguel González del Pino es el “reloj poético con el que Dios parece que marca el sueño exacto de la eternidad”.

Enrique Alot Montes, el hombre que gana con sus versos, entre otros, el Premio Giner de los Ríos en 1999, el mismo día en que fallecía su esposa Paquita, está postrado en una silla de ruedas debido a sus años y sus dolamas, rendido a los cuidados de su hija Alicia Soledad, gemoterapeuta por dedicación, adoradora del agua y de la vida, mientras sigue viviendo en la Barriada de Carranque de Málaga. Ayer, rodeado de sus seres queridos, sus hijos y nietas, su hermano Alberto y toda su familia, junto a un buen puñado de buenos amigos, disfrutó con las palabras que le dedicaron los poetas y especialmente con Juan Gomez y Auxi que han musicado cinco de sus sonetos y ayer nos los entregaron con el bellísimo traje azul de la música. Enrique nos recitó muchos de sus versos de memoria y, disfrutando como un niño chico, nos ofreció la inocente sonrisa con la que se enjoyan los sabios.

Buscando claridad topé lo espeso
y buscándote, Dios, la desventura.
No pude mantener recta postura
al aplastarme el mundo con su peso.

Por ello te escribí con tinta o yeso,
te llamé susurrando en noche oscura.
Y mis ojos buscaron tu hermosura
en una habitación, igual que un preso.

Por escuchar lo que otro me decía,
por querer emplear una herramienta
que nadie tuvo, porque no existía.

Porque creí que todo estaba en venta,
te tuve al lado desde el primer día
y tardé medio siglo en darme cuenta.

Desde el corazón de una vieja poeta.


*Sea mi artículo difusor de su obra. Con ello estaré más que satisfecha. Bien pude haber sido quien estrenara su libro de recuerdos, pero preferí dejarlo para otros. Yo me quedé con un plato de arroz compartido con el poeta y con su hija el pasado domingo en su sofá, tan estrechamente junto a su hijo Enrique, al que hacía casi cuarenta años que no veía, junto a Daniela González, hija del poeta autor del prólogo, con mi querido compañero Jesús González, a quien debemos las fotos, y disfrutando la cercanía del poeta mientras Alicia oficiaba cultos al agua y a las piedras llenando mi corazón de paz. Gracias.
Mariví Verdú


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