Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 25 de marzo de 2013

1498.- IGNACIO JUAN MARTÍNEZ DE ARGOTE Y MOSQUERA



Ignacio Juan Martínez de Argote y Mosquera.      CÓRDOBA
Individuo polémico en su época, perseguido por sus ideas liberales, que le hicieron pisar la prisión alguna que otra vez.

Vista general del Cortijo Cabriñana

En la sierra de Córdoba, por la antigua carretera CP45 –aún en el término municipal-, a menos de tres kilómetros de la ciudad-, dejando a un lado el cruce que se dirige al Santuario de Santo Domingo de Escala Celi y antes de subir la cuesta del Cambrón llamada así por los múltiples arbustos de esa familia que hay en la zona y hoy conocida como del catorce por ciento, a la derecha, existe una cancela, que da paso a un camino que nos lleva a lo que antaño fue el valle de S. Benito “heredad de casas, huerta, olivares e viñas e otros árboles e agua de pie” y hoy en la actualidad es el Cortijo de Cabriñana, granja-escuela y albergue rural.

Existen referencias desde el siglo XVI de ese lugar. D. Francisco de Góngora fue uno de sus propietarios. D. Francisco era miembro notable de una famosa familia cordobesa. Fue capellán de S.M., Prior del Puerto y Racionero de la Catedral de Córdoba. El racionero era persona que tenía la prebenda de ración en la Iglesia, a cambio de poder realizar trabajos artísticos para la institución.

D. Francisco fue el mentor y protector de su sobrino D. Luís de Argote y Góngora para que terminase sus estudios. Antes de su fallecimiento en 1586, testamentó que el insigne poeta cordobés, se cambiase el apellido paterno por el materno, pasando a la historia como D. Luís de Góngora y Argote. Creemos que de esta manera D. Francisco perpetuaba el suyo ya que según parece no tenía hijos. Le sucedió en la propiedad otro de los hijos de su hermana, D. Juan.

Cumpliendo otra voluntad de D. Francisco de Góngora, el lugar se convirtió en mayorazgo, obligando de esta manera a pasar su propiedad al mayor de la familia y no poderse vender, segregar ni donar.

En el citado siglo XVI, otro ilustre personaje íntimo de D. Francisco, frecuentaba también el valle de S. Benito. Durante sus paseos por el lugar, entre jara de diversos tipos -pringosa, morisca, blanca, rizada-,–y aún se conserva hoy- al arroyo de Fray Luís. acantos, algarrobos, pinares, alcornoques, en la galería de sus pequeños bosques que orillaban sus arroyos, formados por zarzamoras, chopos, adelfas de distintos colores, almezos, mirtos, etc. eso sin hablar de la fauna, amplia y variada. En ese escenario fraguó su Libro de la Oración y Meditación, ya que se prestaba a ello. El personaje era Fray Luís de Granada, que dio nombre –y aún se conserva hoy- al arroyo de Fray Luís.

Allá por el siglo XVIII, el cortijo recibió su nombre actual, “Marqués de Cabriñana”, al pasar su propiedad a D. Bernardo de Argote y Sousa, Marqués de Cabriñana y Villacaños. Este lo reformó y remozó, construyó una almazara para prensado de aceitunas y la molturación de las mismas, procedentes de su prolífica zona de olivar, así como construyó una gran bodega de enormes tinajas.

Cuando se derogo la Ley de Toro, en 1849, que entre otras recogía las normas relativas a mayorazgos y heredades. D. Ignacio Juan Martínez de Argote y Mosquera
-individuo polémico en su época, perseguido por sus ideas liberales, que le hicieron pisar la prisión alguna que otra vez -, vendió la finca.

En las últimas décadas del XIX, cuando la finca pertenecía a D. Agustín Pareja y Salinas, contrato éste a un aperador procedente de Trassierra y oriundo de Villaviciosa que se instaló en el cortijo con su familia. Acisclo Jurado Arribas y María Villaviciosa Expósito. Estos tenían dos hijos Antonia Bernarda y José. Antonia era una bella joven, menuda, bien proporcionada, morena de unos profundos ojos negros. Ambos hijos ayudaban a su padre en las labores del campo.

A principios del siglo XX, un íntimo amigo de D. Agustín y su familia, quedó prendado de la belleza de la joven y del entorno. Este amigo era un joven pintor, de menos de treinta años que se llamaba Julio Romero de Torres. Después de múltiples visitas Antonia accedió a dejarse plasmar en un cuadro en la que con otras chicas representarían ejercer las labores diarias del campo, concretamente la recogida de la aceituna.

Antonia Bernarda estaba ya tonteando con un joven cordobés, guapo, de cierta prestancia y elegancia, de la misma edad que ella. Era algo más alto y tenía la profesión de barbero. Se llamaba Rafael Carreras y vivía en la calle Montero. Este joven había estado alguna que otra vez echando un día de campo, con amigos de D. Agustín en la cortijada, y había obtenido el permiso de Acisclo y como no el beneplácito de María su mujer, para el consabido cortejo.

El cuadro lo tituló el pintor con el nombre de “Las Aceituneras”, y tiene como eje central la figura de Antonia Bernarda, la joven hija de Acisclo y novia de Rafael, flanqueada por otras chicas, alguna de más edad, todas con canastos de aceitunas en jarras. El citado cuadro está fechado en 1904, tiene un tamaño de 1,90 x 2,61 m. Es el único cuadro de Julio Romero pintado al natural, de claros tintes expresionistas. Como curiosidad, decir que después de terminado el cuadro viajó a Canarias en 1906, cedido por el Monarca Alfonso XIII (la propiedad del mismo era del Estado) al Instituto Cabrera Pinto, germen de la actual Universidad de La Laguna, ante la insistencia de los responsables del Instituto de que no tenían ninguna obra de categoría, donde estuvo hasta el año 2000, en un pasillo sin protección ninguna.

Por lo tanto ese lugar de Córdoba, el Cortijo de Cabriñana, su luz, su cielo, su color, la instantánea del trabajo de sus gentes, estuvo presente en las islas, durante mucho tiempo hasta que lo recuperó El Prado. Nuestra ciudad tuvo la fortuna de tenerlo cedido y expuesto, durante dos años, en el museo del pintor, en la Plaza del Potro, gracias a la gestión de la Directora de Museos Municipales y al beneplácito municipal.

Antonia por esa época, primeros años del siglo XX, a pesar de los reiterados requerimientos del pintor para que posara como modelo de otras obras, se casó, abandonó el cortijo, y se fue a vivir a Córdoba con su marido, el cual tenía una barbería en la Espartería. Vivieron en la calleja de Especieros, una pequeña calleja sin salida en la calle Carreteras cercana al cruce con Almonas. Allí tuvo su primera hija, a la que pusieron de nombre Antonia, como su abuela paterna.

Como curiosidad, en esa calleja ocurrió años después un hecho luctuoso a un pocero que cayó a un pozo negro y murió, posiblemente narcotizado por las emanaciones del gas.

Posteriormente Antonia tuvo dos hijas más Rafaela que era guapísima, y Dolores, entre ellas adoptaron a un niño, Rafael, fruto de un desliz de una niña bien de una poderosa familia de Priego de Córdoba, y que gracias a las cercanías de Rafael con los responsables de la Casa Cuna, le entregaron después del parto, y documentaron legalmente con sus apellidos, desapareciendo la madre a la que habían tenido casi un año de “viaje”, por el tiempo que duró todo el proceso de gestación, y que volvió a su pueblo “inmaculada”. Luego en el año veinte nació el heredero profesional de Rafael, Fernando.

Después de vivir en la Judería y la calle Medina y Corella, recalaron definitivamente en la calle Cardenal Herrero. Allí tenía Rafael su negocio también.

Sus hijas e hijos se casaron y la familia se incrementó solamente por dos de sus hijas, que le dieron cuatro nietos, tres varones y una hembra; Cándido, Paco, Paco y Loli, de los que viven los tres últimos. Rafael murió en 1950, con setenta años, un letal proceso digestivo se lo llevó. Antonia le sobrevivió a Rafael diez años. Los últimos años de su vida fueron de un gran deterioro físico. Y un 30 de octubre de 1960 falleció a la edad de ochenta años. De ella queda su presencia etérea en una pintura y el recuerdo de sus familiares que la conocieron, siempre en los más próximos, en sus coetáneos. Eso es así, inexorable para todos.

Volviendo al cortijo, punto de partida de esta historia, nexo de unión de una historia de amor entre un hombre y una mujer, y motivo de perpetuación de la segunda en la obra inmortal de un artista.

En la Guerra Civil, el cortijo fue bombardeado y destruido parcialmente el tejado del molino, que luego se restauró. En los datos consultados dicen que tenía una prensa de viga, un alfarje de rulo cónico, caldera de cobre y la anteriormente mencionada bodega de grandes tinajas bajo tierra. A finales de la década de los cuarenta fue descrito de la siguiente manera:

“Hacienda denominada de Cabriñana, situada en la sierra de Córdoba, compuesta de un molino aceitero con su biga de carga menor, alfargue y piedra, caldera y demás oficinas necesarias y una bodega de tinajas y aclaradores, su patio para depósito de aceitunas, un caserío que se compone de casilla para aceituneros con su cocina y cuartos de habitación, y contigua a ésta, cocina de campo para los operarios de labor con su despensa y cuartos, tinahon y pajar con pesebreras, cuadras y casa de recreación con sus cuerpos de habitación altos y bajos, cocinas, comedor y repostería con su patio y demás oficinas necesarias…”

Por los años setenta, se rodó allí un episodio de la serie de televisión Curro Jiménez.

A finales del siglo pasado, se rehabilitó para granja-escuela y con posterioridad para albergue rural, que es como está en nuestros días. El albergue está ubicado en la casa del siglo XVI. Es un espacio que sin ser patrimonio de la humanidad, es patrimonio de nuestra ciudad, por formar parte de nuestra cercana historia, por los personajes que lo habitaron y frecuentaron, y que merece ser conocido por todos los cordobeses.

Para finalizar un dato que merece la pena citar.

Vemos como curiosamente están enlazados, en algunos casos tejidos con fuerte urdimbre, los retazos de nuestra historia local. D. Francisco de Góngora, D. Luís de Góngora y Argote, El Marqués de Cabriñana, Fray Luís de Granada, Julio Romero de Torres, Sancho Gracia-“Curro Jiménez”, la Guerra Civil, siempre tristemente presente en nuestra historia cercana y, como cual efecto mariposa, hace que un hecho acaecido hace más de un siglo, lleve a un contemporáneo a publicarlo porque…

Antonia Bernarda Jurado, aquella modelo temporal del pintor Julio Romero de Torres, esposa de Rafael, motivo central del cuadro “Las Aceituneras” es, la abuela materna de quien esto tiene aún la suerte de poder recordar.






SONETO

Su fino rostro en luz azul bañado
de sus grandes pupilas luminosas,
se recata en las ondas caprichosas
del mar de sus cabellos encrespado.

Su mirar dulce, suave, está velado
por plácidas visiones amorosas,
y un rumor leve de ansias misteriosas
en su boca entreabierta ha aleteado.

Su talle esbelto, airoso se cimbrea:
ora se yergue altivo, dominante,
ora se mece en lánguido vaivén,

cuando le arrulla la feliz idea
de abrir su pecho a un corazón amante
y decirle: estoy sola y triste, ven.







No hay comentarios:

Publicar un comentario