Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 25 de marzo de 2013

1494.- FELICIANA ENRÍQUEZ DE GUZMÁN



Feliciana Enríquez de Guzmán nació en Sevilla a finales del siglo XVI. Poco más se sabe de ella, excepto que tuvo dos hermanas, ambas monjas en el convento de Santa Inés de Sevilla, a quienes dedica la primera parte de su obra principal, Tragicomedia de los jardines y campos Sabeos.

La segunda parte se la dedica a su segundo marido, D. Francisco de León Garavito, de quien en 1630 ya era viuda. Su primer marido fue D Cristóbal Ponce de Solís y Farfán, que fundó una capellanía de la que ella fue patrona.

Se desconoce la fecha de su muerte. Además de la obra teatral, compuso unas décimas incluidas en una obra de su 2º marido, Información en Derecho por la puríssima y limpíssima Concepción de la Virgen María , de 1625.


MUJERES DRAMATURGAS
Feliciana Enríquez de Guzmán o La pionera de las dramaturgas



El siglo XVII es conocido como el Siglo de Oro debido al avance en positivo que se produce en todas las vertientes de la literatura española. Géneros y costumbres cambian y modelan un nuevo ámbito. En lo relativo al teatro, la aparición de la mujer como dramaturga supone un giro de 180º, ya que su papel se había limitado hasta el momento a la actuación, no a la escritura. A partir de ese momento se revela como una figura con nombre propio y reconocimiento.

Ese cambio revolucionario se produjo, aún con dificultad, en dos grandes vertientes. La primera, y más conocida, fue por medio de los conventos, puesto que la mayoría de las niñas eran instruidas en colegios de monjas, por lo que estas debían tener algunos conocimientos para después enseñarlos. Así, muchas mujeres decidían hacerse monjas para huir de la presión social, que les negaba su espacio tanto personal como literario. La otra vertiente era la de aquellas que, fuera del convento, luchaban por hacerse un sitio en la escena literaria. Me gustaría destacar en este punto a María de Zayas y Sotomayor, Ana Caro, Leonor de la Cueva, Ángela Azevedo, y en especial a la dramaturga sevillana Feliciana Enríquez de Guzmán, una gran desconocida para nuestro tiempo, no así en el suyo, puesto que Lope de Vega le dedicó una silva en El laurel de Apolo, refiriéndose a una leyenda que circulaba por la ciudad en la que se le atribuía el haberse vestido de hombre e introducirse, persiguiendo a su amado (parece que se trataba de su segundo marido, Francisco de León Garavito), en las clases de la Universidad de Salamanca.

Asimismo, Enríquez de Guzmán fue conocida por haber escrito la Tragicomedia de los Jardines y Campos Sabeos. Se trata de una obra que redactó en dos partes (Coimbra, 1624; Lisboa, 1627). En la primera se cuentan las aventuras y amores de Belidiana, princesa de Arabia e hija del rey Belerante de Sabá, y Clarisel, príncipe de Esparta y Micenas; en la segunda se narra cómo Clarisel se casa con la princesa de España, Maya. Realmente, se trata de una obra que continúa con el modelo de las novelas de caballerías.

Feliciana es lo que Juan Antonio Hormigón denomina “epígono”, puesto que se encuentra en una etapa de transición hacia nuevos modelos neoclásicos, en esa fase de cambios en la que se produce un avance en las técnicas literarias. No obstante, por ser mujer y no tener la misma fuerza social que los hombres, no puede abogar por estas, sino que se aferra a las normas clásicas, los modelos consolidados de la literatura masculina, para demostrar su valía, cuestión que no ocurre con María de Zayas o Ana Caro (pertenecientes a la segunda mitad del siglo XVII, cuando los nuevos valores literarios estaban asentados), y hace una ridiculización de las nuevas técnicas en los entreactos de su Tragicomedia.

Estos entreactos, llamados “Las Gracias Mohosas”, tienen como argumento la petición de la mano de la joven Aglaya por parte de seis pretendientes. Sin embargo, esta tiene otras dos hermanas en edad casadera, por lo que su padre, Baco Poltrón, decide que se batan en duelo los seis por sus hijas. Lo curioso de estas obrillas es, en primer lugar, el gusto por lo feo, puesto que las tres hermanas y los seis hombres son realmente adefesios con defectos de todo tipo; y en segundo, que los seis pretendientes se casan con las tres mujeres, sin responder a las normas sociales. Así pues, estos entreactos en prosa (poco habitual en el teatro Barroco) intentan ser una burla de las nuevas técnicas teatrales que surgen en esa época, pero lo que en realidad nos revelan es esa lucha que se produce por el cambio en esa sociedad. Aglutinan, junto con las antiguas, todas las técnicas literarias que surgieron en aquel momento. Son una explosión de imaginación y de figuras esperpénticas, una ridiculización de las nuevas técnicas que estaban llevando a cabo sus compañeros varones, y que finalmente triunfaron. Es, por tanto, una forma de autoafirmación de sí misma, puesto que hacerse un hueco en un mundo de hombres, y en esos tiempos, no era fácil, y no podía hacerse por medio de la ruptura de los parámetros establecidos, sino siguiendo las pautas marcadas para demostrar que ellas podían ser tan buenas o más que ellos.

Feliciana Enríquez de Guzmán, como casi todas las escritoras de ese siglo, fue autodidacta y conoció las letras profanas, en especial la mitología, el lenguaje jurídico (su esposo era abogado), los poetas cómicos... y las parodia haciendo uso de ellas en estos entreactos con el fin de hacer una defensa de la preceptiva dramática clásica (lugar, tiempo y acción) que sus compañeros dramaturgos estaban rompiendo. Por ello, lo que más sorprende en “Las Gracias Mohosas” es la aparición de mujeres fuertes, que deciden y doblegan a los hombres de su alrededor por medio de sus encantos “feos”. Hay una estética de lo feo que se apoya en la exageración, tanto de la palabra como de los defectos físicos. El juego está presente en toda la obra: juegos de palabras, en su mayoría absurdos; elementos esperpénticos; fanfarronería que desborda los límites de la imaginación, etc.

Ya he comentado la valía de los textos de Feliciana. Ahora bien, hay que encuadrarlo todo en su contexto. En primer lugar, domina materias que en su tiempo estaban vetadas a la mujer; en segundo lugar, demuestra que puede ser tan buena como sus compañeros dramaturgos, y en tercer lugar, el más importante, abre el camino para que otras dramaturgas tuviesen su espacio y fuesen reconocidas y consagradas como autoras teatrales en un mundo predominantemente de hombres. Por lo tanto, se trata de una obra novedosa en tanto en cuanto nos muestra las nuevas tendencias que consolidaron en el Siglo de Oro y reivindica la figura de la mujer dramaturga.

Por Henar Pérez Martín







Madrigal

Dijo el Amor, sentado a las orillas
de un arroyuelo puro, manso y lento:
"Silencio, florecillas,
no retocéis con el lascivo viento;
que duerme Galatea, y si despierta,
tened por cosa cierta
que no habéis de ser flores
en viendo sus colores,
ni yo de hoy más Amor, si ella me mira".
¡Tan dulces flechas de sus ojos tira!







Romance amoroso

A lágrimas y a silencios
reducida, Elisio, el alma,
modo le falta a la queja,
de referirse mis ansias.

No tiene la voz acento,
no encuentra el labio palabras;
todo la pena lo oprime,
todo el dolor lo embaraza.

La causa, ¡ay de mí!, es tan triste,
es tan fuerte la desgracia,
que no mata padecida
porque mate imaginada.

Los suspiros desde el pecho
tiernísimamente exhalan
fuego, que a los ojos míos
comunica en vivas llamas.

Estos de mis sentimientos
verás y extremos declaran;
atiende, Elisio, a mis ojos,
pregúntales lo que pasa.

Mas el corazón te envían,
no saben decirte nada;
no es mucho que aquesta vez
le falten lenguas al agua.

Mi afecto, amigo, te explique
la desdicha más extraña,
que si ha de volver al pecho
no importa del pecho salga.

No para buscarme alivios,
para negociarme lástimas
dispensa mi mal conmigo;
que en razones mal formadas

yo propio, ¡Ay, cielo!, te informe;
valor y aliento me falta,
que expiró, ¡terrible lance!,
la generalmente amada.






A las bodas de Maya y Clarisel

En los campos elisios Himeneo,
Juno y Venus las bodas celebraban
de dos esposos, y las coronaban
de arrayán y del árbol de Timbreo.
Caliope y Euterpe al son que Orfeo,
Elio y Talía en arpas acordaban,
sus tálamos felices festejaban
de uno y otro llegados al deseo.
“De descanso, diciendo, largos años
les de el divino amor, y la discordia
de su puerta no pase los umbrales;
entre brocados y purpúreos años
Maya y su Clarisel, siempre leales,
gocen de felicísima concordia.



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