Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

1509.- MARTÍN DE ANGULO Y PULGAR




Martín de Angulo y Pulgar

Martín de Angulo y Pulgar fue un escritor español, nacido en Granada a comienzos del siglo XVII, autor de unas Epístolas satisfactorias (1635), escritas en defensa de Luis de Góngora con motivo de la polémica suscitada por las Soledades, y de la Égloga fúnebre a D. Luis de Góngora de versos entresacados de sus obras (1638).





Al doctor Juan Pérez Montalbán


Acróstico


   DOCTO Monte de Musas, cuyo seno
In auras miro ausentes, Peregrino!
Verás, si, terminando su camino,
Ahora paras en su valle ameno;

   No admires, no, si en tierra lo terreno
PÉREZ es, que, en su cumbre, lo divino
DE una bien , y de otra fama dino
Mas que de flor, está de glorias lleno.

   O tú! feliz le admira, en monumento
Nunca oprimido, aunque de pesadumbre
Tanta; y sus coros luego, que cantando

   Alegres, tejían siempre, en suave acento,
Las Musas, que, variando ya costumbre,
VAN al MONte, TAL vez (y VAN) llorando.






A la muerte de Lope de Vega


   Nadie te alabe, Lope, que tú solo
te sobras a ti mismo de alabanza,
cuya elegante voz sonora alcanza
a las instancias de uno y otro polo.

   Sea tu nombre eterno Mauseolo,
no sujeto del tiempo a la mudanza;
goza la fama con igual bonanza
del Volga helado al cálido Pactolo.

   No añaden luz al sol artificiales
antorchas, que encender puede oficiosa
la fiel solicitud de los mortales.

   Cualquier posteridad te será ociosa,
que mal alumbran rayos materiales
a quien con propio resplandor reposa.





La Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de Martín Angulo y Pulgar
© Antonio Cruz Casado

Día de Góngora 21 mayo 2000

LA ÉGLOGA FÚNEBRE A DON LUIS DE GÓNGORA (1638) DE MARTÍN ANGULO Y PULGAR


A la muerte del gran Lope de Vega, una muchedumbre de poetas españoles e italianos entonan numerosos cantos fúnebres por tan sensible pérdida para las letras españolas y universales. Son mas de ciento cincuenta los escritores que se incluyen en el homenaje hispánico y más de cien los que colaboran en la parte italiana. Se trata, además, de textos que se editan y se difunden de manera inmediata a la muerte del Fénix. Su caro y amado discípulo, el madrileño Juan Pérez de Montalbán, prepara la edición de la Fama póstuma a la vida y muerte del doctor Frey Lope Félix de Vega Carpio y elogios panegíricos a la inmortalidad de su nombre, escritos por los más esclarecidos ingenios, que aparece en Madrid, en 1636. Lope había muerto el 27 de agosto de 1635. El libro, de casi quinientas páginas (224 hojas) más los preliminares, está dedicado al "Excelentísimo Señor Duque de Sessa, heroico, magnífico y soberano mecenas del que yace, ofrece, presenta, sacrifica y consagra", según se lee en la portada. Por su parte, el italiano Signor Fabio Franchi Perugino hace lo mismo en las Essequie Poetiche o vero lamento delle Muse Italiane in morte del Signor Lope de Vega, insigne et incomparabile poeta spagnuolo, rime et prose, editado en Venecia, en 1636; el volumen original tiene 222 páginas más ocho de preliminares.
Ningún tipo de homenaje similar se hace a la muerte de nuestro don Luis de Góngora, fallecido menos de una década antes, en 1627. Desde la perspectiva actual, el que pudiera llamarse agravio comparativo literario es flagrante y enorme. No obstante, el fallecimiento del cordobés no pasa desapercibido para todos y muestra de ello son diversas composiciones sueltas, tal es el soneto del propio Lope de Vega, incluido, como de compromiso, entre los más de doscientos que acompañan la Corona trágica. Vida y muerte de la reina de Escocia María Estuarda (1627); una elegía titulada "En la muerte del famoso y singular poeta D. Luis de Góngora" (1627), de García de Salcedo Coronel, inserto en la edición de sus Rimas, aparecidas en ese año; el librito que recordamos en esta ocasión, la Égloga fúnebre a don Luis de Góngora (1638), de Martín Angulo y Pulgar, que tiene 55 páginas más ocho de preliminares; una elegía con el mismo motivo, de Agustín Collado del Hierro, que no se editó y se encuentra en el manuscrito Estrada, códice que transmite también un soneto anónimo con estrambote y que tiene el sentido de un epitafio, a lo que hay que añadir algunos sonetos tardíos, como el de fray Hortensio Félix Paravicino, un tanto desmayado (1641), o el de Francisco de Trillo y Figueroa, "Al sepulcro de D. Luis de Góngora", incluido en sus Poesías varias (1652). Claro que, como vemos, no se trata de una colección sistemática ni organizada en su conjunto, sino de composiciones aisladas a manera de estrellas fugaces que desaparecen y se hunden en el amplio oceano de la erudición literaria sin dejar apenas recuerdo. Hay entre ellas, sin duda, poemas estimables, como el mencionado soneto de Lope, que parece fruto de su admiración por el ingenio cordobés e indica lo siguiente:


Despierta, oh Betis, la dormida plata, 
y, coronado de ciprés, inunda 
la docta patria en Sénecas fecunda, 
todo el cristal en lágrimas desata.

Repite soledades, y dilata 
por campos de dolor vena profunda. 
Única luz que no dejó segunda, 
al polifemo ingenio Atropos mata.

Góngora ya la parte restituye 
mortal al tiempo, ya la culta lira 
en cláusula final la voz incluye.

Ya muere y vive, que esta sacra pira 
tan inmortal honor le constituye, 
que nace fénix donde cisne expira.

La esperada colección en homenaje a nuestro poeta fallecido llega nada menos que trescientos años después de su muerte. De la mano y por iniciativa de Gerardo Diego, en 1927, se nos ofrece la interesante recopilación titulada Antología poética en honor de Góngora, que no presenta el carácter fúnebre de los libros dedicados en su momento a Lope y que incluye sólo a unos cuarenta poetas, entre los que se observan diversas influencias de don Luis en tanto que otros le dedican algún poema más o menos laudatorio.
Lope alaba a Góngora en el soneto citado, como hacen muchos otros con el paso del tiempo, señalando al mismo tiempo un nuevo resurgir del poeta, como acertadamente se aprecia en las palabras de Rubén Darío:

Ya empieza el noble coro de las liras
A preludiar el himno a tu decoro [...]

Para don Luis de Góngora y Argote
Traerá una nueva palma Polifemo.

Pero el recuerdo de nuestro lírico permanece en numerosos escritores de todas las épocas, a veces denostado, a veces alabado. A este delgado (y en ocasiones fuerte) hilo de la memoria en torno a Góngora pertenece la Égloga de Angulo y Pulgar, autor que también había colaborado en el homenaje fúnebre dedicado a Lope, aunque se excusa de tal participación en una de las notas finales a su texto, comentario de estos versos:

Si de España los cisnes
cultos y otros sonoros,
en funerales, en festivos coros,
la Musa Castellana han celebrado,
que fácil el teatro numeroso
su poesía cómica dilata,
la mucha claridad que bien se emplea
en tiernos, músicos papeles,
las flores de la Vega
más fértil que el dorado Tajo riega
(el número de todo tan sobrado)
al terenciano Félix
y su fama dichosa
en las memorias han solicitado,

mas tu pluma gloriosa
canta la Fama en el clarín dorado,
y tú puedes preciarte
que aun la invidia te loa,
que, o burlescos, o graves,
o sacros o amorosos,
tus números al mundo han admirado,
por raros, no por muchos (287-288).

En la nota aclaratoria escribe: "Propone, como los Poetas de España han impreso a otro Fama Póstuma, loándole la abundancia, claridad y dulzura de sus versos. Y aunque yo estoy entre ellos, fol. 131, no es mío el soneto, ni lo vi hasta después de impreso, ni consentí en que se imprimiese; dígolo porque no es mío, no porque no es bueno. Opone a esta alabanza la que la misma Fama canta por don Luis, dice por lo que admiran sus versos, hace epílogo de algunos grandes sujetos que loan y celebraron a don Luis y sus poemas" (pp. 312-313). Sigue a continuación una larga de lista de admiradores de la poesía gongorina, integrada por cardenales romanos, reyes de España, nobles, historiadores y predicadores. De la misma relación nos interesan los humanistas y eruditos que han realizado comentarios a sus textos mayores, entre los que están Francisco de Amaya, Pedro Díaz de Ribas, García de Salcedo Coronel, José Pellicer de Tovar, o Cristóbal de Salazar y Mardones. Como puede apreciarse, parece como si la Fama póstuma, dedicada a Lope, hubiese avivado el recuerdo del escritor andaluz, aunque han pasado más de diez años desde la muerte del poeta cordobés.
Pero hay que señalar que, por otra parte, el librito de Angulo y Pulgar incluye muchas más noticias de las que se nos promete desde el poco atractivo título, Égloga fúnebre a don Luis de Góngora de versos entresacados de sus obras, puesto que, como ocurre en varias ediciones y manuscritos del lírico cordobés, se insertan numerosas aclaraciones al texto, junto con diversos preliminares, comentarios necesarios para comprender el sentido completo de lo que el autor quiere decir en el poema. Hasta tal punto en este borroso reflejo de la poesía de Góngora se advierte el dato constatable y frecuente de la oscuridad. 
Angulo señala que las ediciones de los versos de Góngora que han visto la luz hasta entonces son muy incorrectas, por lo que él recurre a fuentes manuscritas. "Nótese -escribe- que no cito los versos por las obras impresas, porque ni están allí todas, aunque lo dice el título, ni están fieles, aunque lo presume el prólogo; antes están llenas de infinitos yerros y de notable culpa. Las citas de las Soledades también las saco de [las mismas fuentes] manuscritas" (p. 247). En consecuencia, reputa como poco fiables las recopilaciones aparecidas hasta ese momento, a saber las Obras en verso del Homero español, que recogió Juan López de Vicuña (Madrid, 1627), y Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas, recopiladas por Gonzalo de Hoces y Córdoba (Madrid, 1633, etc.), a las que alude claramente. 
Añade luego una lista de las obras de don Luis de las que se sirve para componer su égloga, entre las que están los textos habitualmente considerados auténticos, como las Soledades, el Polifemo, el Panegírico al Duque de Lerma, las comedias Las firmezas de Isabela y El doctor Carlino, junto con la Comedia Venatoria y una parte de La gloria de Niquea, del Conde de Villamediana. Sobre esta última aclara lo siguiente: "Su comedia en la obras de Villamediana, son de don Luis las octavas primeras". La crítica posterior suele aceptar, por lo general, todas estas atribuciones.
Entre los datos biográficos que aporta están la fecha de nacimiento del escritor: "Nace en Córdoba al amanecer (a 11 de julio de 1561 años)" (309), "don Francisco de Argote y doña Leonor de Góngora, fueron sus padres" (ibid.), sus esperanzas cortesanas y la obtención del cargo de capellán en la corte: "con poca fortuna asistió treinta años en Madrid, conociendo las mudanzas de palacio y sujeto a ellas como pretendiente. Llegó a ser capellán de sus majestades, y no a más. Hízole la merced Filipo Tercero" (311), la causa de estar inacabado el Panegírico: "celebraba con varios poemas cosas varias; y comenzó aquel célebre poema del Panegírico al Duque de Lerma, que privaba con Filipe Tercero. Acabóse su privanza y cesó en su discurso, que había de acabar en los sucesos de aquella monarquía en aquel tiempo" (ibid.), "faltóle el favor y la vida, casi a un tiempo" (312), indica Angulo; el regreso a Córdoba: "A los años de su edad sesenta y tres (poco más) volvió a su patria, cansado de las cosas de la corte, como el que escapa de un naufragio" (ibid.) y el fallecimiento del poeta: "la muerte enojada, porque se hizo inmortal, o por lisonja del cielo, inviándosele, le quitó la vida a 23 de mayo por la tarde (año 1627). Ya el sol en el signo de Géminis, con una grave enfermedad" (ibid.).
Claro que algunos de estos datos hay que tomarlos con cierta prevención, porque el escritor granadino no parece gozar de mucho crédito en los círculos gongorinos, tal como puso de manifiesto Dámaso Alonso en un magistral artículo, puesto que se encuentra muy lejos de la corte y no vive inmerso en los ambientes literarios del momento; en consecuencia, le llegan a su retiro en Osuna, donde pasó parte de su vida, ecos de lo que ocurre en Madrid. Con todo, nos parece un sincero seguidor de Góngora y un ferviente admirador de su obra.
Desde el punto de vista literario, la aportación de Angulo y Pulgar ofrece también su curiosidad. Se trata de un centón poético de casi mil doscientos versos, realizado con secuencias o fragmentos entresacados de todos los poemas gongorinos, en una sutilísima labor de taracea que, si no produce una obra admirable y original, da origen a una composición un tanto singular, en la que brillan como pequeñas gemas vocablos, frases y versos gongorinos que paladea con cierto deleite el aficionado, aunque en muchas ocasiones el estilo resulta enfadoso y pedestre. Recurriendo a una frase tópica, se puede indicar que los aciertos de la Égloga fúnebre son de don Luis y los fallos, numerosos y repetidos, de Angulo y Pulgar.
Los orígenes de esta modalidad poética se retrotraen a la baja latinidad, como se encarga de aclarar el carmelita fray Juan de la Plata, que hace la aprobación del librito, impreso en Sevilla, en las prensas de Simón Fajardo, en 1638, como hemos indicado. El religioso, con notable erudición, escribe: "Es poema de centones, cuya composición es de tan pocos usada, y no de todos entendida, que para decir lo que della siento, juzgo necesario dar primero el significado proprio y translaticio del término centón, y las circunstancias que tiene, para hacerle más inteligible. Llamaban los antiguos con este nombre a cierta especie de toga o túnica tejida de varios hilos y colores" (p. 231). Añade luego el prologuista que esta tarea la llevaron a cabo algunos escritores en la antigüedad, especialmente dos mujeres, la emperatriz Eudoxia y Proba Falconia, que emplearon versos ajenos, especialmente procedentes de Homero y de Virgilio respectivamente, para componer sendas obras de carácter religioso sobre la vida y muerte de Cristo, finalidad no muy distinta a la que llevan a cabo algunos ingenios españoles del Siglo de Oro, como luego indicaremos. Es una actividad atractiva en el sentir del fraile sevillano, y al respecto indica: "Escribir versos es tan decrépito ejercicio que ya caduca en el aprecio humano; pero ordenar centones de poemas ajenos es tan singular, sino moderno, que son rarísimos los que han acometido esta empresa, tan heroica en su línea que por acreditarse de varoniles la intentaron y consiguieron felizmente dos mujeres, en todos los siglos memorables" (232).
La técnica del centón suele hacerse, pues, con versos entresacados de la obra de un clásico importante, el cual suministra la materia prima, en tanto que la organización y el sentido de la nueva composición es aportación personal del autor en cuestión. El ejemplo característico o modélico es el Cento nuptialis o Centón nupcial, de Décimo Magno Ausonio, que vivió en el siglo IV y fue maestro del emperador Graciano. Ausonio, que llegó a ser cónsul en el 379 y alcanzó una edad avanzada (unos 82 años), suele ser recordado por la composición que comienza con las palabras "Colligue, virgo, rosas", invitación al goce de la vida tan proclamado en el Renacimiento y en algunos autores del Barroco, a lo que no es ajeno nuestro Góngora en su incitante y desolador soneto "Mientras por competir con tu cabello". El Centón nupcial retoma y retoca versos de la Eneida de Virgilio con gran habilidad técnica, puesto que las reglas de la métrica latina exigen que la primera parte de un hexámetro ofrezcan características distintas que la parte final. Ausonio, en su introducción, señala que es factor importante en una composición de este tipo la memoria, es decir, resulta preciso conocer de memoria todos los versos virgilianos para que en un momento determinado se puedan conseguir nuevos efectos mediante la mezcla o yuxtaposición de secuencias métricas conocidas y reconocibles. Con todo, no parece apreciar mucho este entretenimiento literario: "Centón -escribe- le llamaron los primeros que se divirtieron con esta clase de composición. Es únicamente cuestión de memoria: se recogen fragmentos sueltos de versos y a estos trozos inconexos se les integra de nuevo en un todo. Cosa más digna de risa que de elogio". El resultado, el Centón nupcial de Ausonio, es un poema de subido tono erótico, a ratos procaz.
El sistema no fue desconocido para los escritores españoles de nuestro primer Siglo de Oro, pero cambiando por completo el sentido que había sugerido Ausonio y enlazando, al mismo tiempo, con aquellas piadosas damas bizantina y romana. Los poetas hispánicos hacen composiciones a lo divino, tomando como referencia a Garcilaso de la Vega. Así lo hace, por ejemplo, Juan Andosilla Larramendi recordado en el prólogo del carmelita como el primero que había dado a la estampa su centón (234), titulado Cristo nuestro Señor en la Cruz, hallado en los versos del Príncipe de los Poetas Castellanos Garcilaso de la Vega, que apareció en Madrid, en 1628. Olvidaba fray Juan de la Plata que, muchos años antes, Sebastián de Córdoba había editado en Granada, en 1575, un volumen titulado Las obras de Boscán y Garcilaso trasladadas en materias cristianas y religiosas, el conocido "Garcilaso a lo divino", adaptación religiosa o contrafacta que parece servir de puente entre Garcilaso de la Vega y San Juan de la Cruz, libro que se reeditó de nuevo en Zaragoza, en 1577.
De manera esporádica, esta manera de composición se documenta en otros poetas, como sucede con Lope de Vega, al que se debe un soneto plurilingüe construido con versos de Ariosto, Camoens, Petrarca, Tasso, Horacio, Garcilaso y otros ( vol. IV, p. 245).
También Góngora fue motivo de versiones a lo divino, como hemos recordado en otra ocasión, al estudiar el Polifemo a lo divino, de Martín de Páramo, bastante más tardío (se editó en 1666) que la égloga fúnebre del lojeño don Martín de Angulo y Pulgar que ahora nos ocupa.
Disiente el prologuista de la égloga de que, para ejecutar acabadamente un centón, sea precisa sólo la memoria, como había indicado Ausonio. Para él, la memoria "no pudiera estar sola, sin el pincel de tan grande ingenio hermosear la obra con los accidentes que la visten. Estos son el ajustamiento con el título, parte deseada en algunas, que a no tenerle, no se entendieran lo que hablan, a fuer de enigmas" (232). Elogia a continuación algunos aspectos del poema: "La metáfora del Fénix, tan bien seguida; el diálogo de los pescadores (que aunque no es preciso, si bien común en las églogas) sobre centón, es calidad y fuerza del discurso. La brevedad de las estancias, ladeada con la claridad, de lo que incluyen sin temor del inconveniente dum brevis esse laboro obscurus; fió la elección de los versos, acertada sin violencia. La colocación de los elogios, realzados con graves ponderaciones. El epitafio y comprensión de todas las ceremonias sepulcrales en él referidas. La conclusión galante y epílogo artificioso de toda la obra. No son estas circunstancias -concluye- negocio de la memoria, dejada del ingenio, como quiere Ausonio" (ibid.). Señala en otro lugar los aciertos métricos de la composición, que no están en verso suelto, como hizo en su caso Andosilla Larramendi, sino que se adaptan habitualmente al consonante (234, copiar en nota), aspecto que exige alguna disculpa en el sentir del propio autor, que indica al respecto: "No se ha podido guardar en ella regularidad, ni en el número de los versos de cada estancia, ni don Luis la guardó en las de sus Soledades, a quien éstas imitan, que no se ha hecho poco en los que tienen, ni se les puede negar su cuidado" (245). Otros muchos comentarios de índole métrica incluye Angulo en su obra, sobre todo al comparar su modo de componer, basado en versos endecasílabos y heptasílabos, con el del escritor latino, fijo en la regularidad del hexámetro.
Pero veamos un ejemplo de la artificiosa composición, en la que el autor señala, además, cada uno de los fragmentos gongorinos y el origen exacto de los mismos:

Con invidia importuna
Baten vulgares plumas, 
Cuando más oscurecen las espumas
Del mar, que un peregrino
Náufrago, desdeñado sobre ausente,
Que a una Libia de ondas
Fió su vida, cuando
Era del año la estación florida;
Y en tenebrosa noche, con pie incierto,
Crepúsculos pisando,
Por duras guijas, por espinas graves,
Halló reparo si perdió camino
El mísero extranjero (267-268).

Los ecos de las Soledades y del soneto "Descaminado, enfermo, peregrino", entre otros poemas gongorinos, son claramente perceptibles. Igual sucede en la dedicatoria del autor a don Fernando Pérez del Pulgar y Sandoval, construida sobre la dedicatoria de Góngora al Duque de Béjar:

Ecos canoros son de un peregrino
Cuantos me dictó versos musa grave,
Unos de dulce, otros de culto acento;
Que al puro estilo, métrico, divino
De su idioma ilustran con suave
Y docta voz, si de su claro aliento
Antes en sus poemas esparcidos,
Del mío ahora en éste repetidos (237).

Entre los escritos prologales, el propio Góngora toma la palabra y agradece al autor sus desvelos literarios en una composición de Bartolomé de Valenzuela, amigo de Angulo. He aquí la última estrofa:

Pulgar, pues de tu argumento
Es mío cualquier vocablo,
Yo mismo soy el que hablo,
Yo el que mi muerte lamento.
Acertado fue tu intento
Por lo nuevo y lo admirable,
Para no ser imitable
Pues tu trabajo excesivo
Hace que enmudezca el vivo
Y obliga a que el muerto hable (240).

Nos parece, en fin, que esta obra poética, poco atendida por la crítica, cuando no denostada, hay que situarla a la sombra y en la huella inmediata de Góngora, porque la Égloga fúnebre, además de un tardío homenaje póstumo, supone una intrincada labor de reajuste de versos, estilemas y ecos de la creación gongorina, obviamente carente de originalidad, pero no desprovista de interés literario y erudito.
Martín Angulo y Pulgar volvió a reincidir en el mismo tema y sistema compositivo algunos años después. En 1644 imprime en Madrid sus Epitafios oda-centón anagrama para las exequias a la Serenísima Reina de las Españas Doña Isabel de Borbón en la ciudad de Loja el 22 de Noviembre año de 1644, todo ello compuesto con versos de Góngora. En tanto que el ámbito de los estudios gongorinos suele ser recordado como autor de dos Epístolas satisfactorias (Madrid, 1635), en las que defiende a nuestra poeta, una contra Francisco de Cascales, detractor de Góngora en sus Cartas filológicas, otra contra cierto sujeto grave y docto, que no nombra. Todo esto hace que le miremos, desde nuestra perspectiva actual, con alguna simpatía, si es que le regateamos el reconocimiento a una tarea en la que se advierte una profunda admiración y una singular asimilación de los versos de don Luis.

Inédito, por ahora, una versión del artículo se publicará en las Actas del XV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, organizado por el Instituto Tecnológico de Monterrey y otras entidades, celebrado en Monterrey, México, del 19 al 25 de julio de 2004.

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