Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 30 de marzo de 2013

1527.- GONZALO ARGOTE DE MOLINA



Gonzalo Argote de Molina
Gonzalo Argote de Molina (Sevilla, 1548 - Las Palmas de Gran Canaria, 1596) fue un escritor, filólogo, editor literario, anticuario, historiador y genealogista español.

A la edad de 15 años participó en la conquista del Peñón de Vélez de la Gomera. Fue veinticuatro de Sevilla, alférez provincial de la Santa Hermandad de Andalucía y señor de la Torre de Gil de Olid. En 1568 combatió contra los moriscos durante la rebelión de las Alpujarras.
Se casó con Constanza, la hija del primer marqués de Lanzarote, don Agustín de Herrera y Rojas, y marchó a las Islas Canarias. En la isla de Lanzarote mandó construir en 1588 el convento franciscano de Teguise, del que sólo queda la iglesia, un templo que fue dedicado a Nuestra Señora de Miraflores.
Poseyó una gran colección de antigüedades (colección de retratos, armas, monedas, animales disecados, piedras y libros antiguos), como cuenta Francisco Pacheco:
Después destos exercicios de las armas, se dio al estudio de las letras, i hizo en sus casas de cal de Francos (con buena elección a mucha costa suya) un famoso museo, juntando raros i peregrinos libros de istorias impresas y de mano, luzidos i extraordinarios cavallos, de linda raça i vario pelo, i una gran copia de armas antiguas i modernas, que entre diferentes cabeças de animales y famosas pinturas de fábulas i retratos de insignes hombres, de mano de Alonso Sánchez Coello, hazían maravillosa correspondencia.
En su valiosísima biblioteca había algunos códices medievales de los que no se conserva más noticia que la que él brindó, entre ellos un manuscrito perdido del Libro de Buen Amor de Juan Ruiz y otro del Poema de Fernán González. Fue, en efecto, uno de los primeros medievalistas españoles. Trató a figuras del humanismo como Juan de Mal Lara, y a poetas como Fernando de Herrera, Gutierre de Cetina, Luis Barahona de Soto, Juan de la Cueva, etc.

Fue también autor de varias composiciones poéticas, recogidas en volúmenes misceláneos. Se le debe un Discurso sobre la poesía castellana (1575), incluido en su edición de El Conde Lucanor, así como un apéndice a este, el Discurso de la lengua antigua castellana, que incluye una lista de 239 vocablos antiguos empleados por don Juan Manuel; en efecto, Gonzalo Argote de Molina sintió algunas preocupaciones filológicas que le hicieron ser especialmente respetuoso con la lengua de los textos que editaba. Este Discurso es una brevísima historia de la poesía española que recuerda la Carta Proemio del Marqués de Santillana; revaloriza, entre otros aciertos -y también errores- la poesía medieval.
Es autor además de los seis libros del repertorio nobiliario Nobleza del Andalucía (Sevilla, 1588),1 que contiene además diversas informaciones históricas y literarias. Escribió algunas obras no publicadas como Repartimiento de Sevilla y elogio de sus conquistadores, y la Historia de Baeza, desaparecida, de clara vocación genealogista.
Publicó el Libro de la montería de Alfonso XI (Sevilla: Pescioni, 1582), la Historia del gran Tamorlán de Ruy González de Clavijo (Sevilla: Pescioni, 1582) y, a través de un testimonio hoy desconocido, El Conde Lucanor (Sevilla: Hernando Díaz, 1575). Este libro fue especialmente influyente, y hay huellas de que lo aprovecharon con fruto en las obras de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Baltasar Gracián y Pedro Calderón de la Barca.

Obras

Discurso sobre la poesía castellana (1575)
Discurso de la lengua antigua castellana
Nobleza del Andalucía (Sevilla, 1588)
Repartimiento de Sevilla y elogio de sus conquistadores
Historia de Baeza, (desaparecida)
Libro de la montería
Historia del gran Tamorlán de Ruy González de Clavijo (Sevilla: Pescioni, 1582)







ELOGIO DE LA HISTORIA MEDICINAL

Cuanto del mundo extraño
nuestra España abastece
y a todo el Oriente hace avaro
no es de precio tamaño
ni tanto te enriquece,
Sevilla, como un hijo muy preclaro
cuyo retrato claro
nos representa el arte,
que es Monardes ilustre,
grande ornamento y lustre
y de tu gran valor la mejor parte,
o luz del sacro chorro
de nuestro Betis gloria y gran tesoro.
[...]
Con nuevo olor eterno
por tu verde ribera ha derramado
y de otro nuevo mundo
te siembra plantas de frescor jocundo.





Texe tu oliva fresca
con la casia olorosa,
y el cierto cinamomo peregrino
y en el medio parezca
la colorada rosa,
y en el candido azahar de olor divino,
con vn lazo benino
del precioso tabaco
de color de esmeralda;
y sea tu guirnalda
más linda que Apolo, ni de Baco;
tal corona conuiene
a quien tan glorioso hijo tiene.

«Elogio al retrato de Nicolás Monardes».






Como a David valiente y animoso 
svcede Salomón sabio y prudente 
assí a Fernando, Sancto victorioso 
se sigue Alfonso en ciencias eminente. 
', Y aunque no menos que él fue valeroso, 
en esto quiso ser más excelente, 
sabiendo que el reynar con ignorancia 
es vna bruta y bárbara arrogancia. 

«Elogio al Retrato de don Alonso el Sabio»







ELOGIO DE GoNgALO DE ARCÓTE Y DE MOLINA A LA HISTORIA, 
Y A LAS ANTIGÜEDADES DE ESPAÑA, Y AL RETRATO 
DE AMBROSIO DE MORALES, QUE SE VEE EN SEUILLA EN SU 
GRAN MUSEO, ENTRE LOS OTROS RETRATOS DE LOS VARONES 
ILLUSTRES EN LETRAS DEL ANDALUZÍA QUE EN ÉL TIENE


Levanta noble España 
tu coronada frente, 
y alégrate de verte renascida 
por todo quanto baña 
en torno la corriente 
del uno y otro mar con mejor vida, 
qual Fénix encendida 
en gloriosa llama 
de ingenio soberano 
muy alto y muy humano, 
que a ti y a sí dio vida y inmortal fama, 
que durará en el suelo 
quanto la inmortal obra de Marcelo. 
Dejaron muy escura 
las importunas guerras 
de vándalos y godos generosos 
la antigua hermosura 
de tus felices tierras 
y sitios de tus pueblos gloriosos: 
y al fin más envidiosos 
de tu belleza ilustre 
los fieros africanos 
con muy profanas manos 
estragaron del todo el sacro lustre 
del terreno más lindo 
que hay desde el mar Atlántico hasta el Indo. 
Merced de santos reyes 
que con valor del cielo 
(pues fuerza no bastó, según se entiende) 
volvieron a sus leyes 
todo tu fértil suelo, 
desterrando los bárbaros allende; 
florecerán por ende 
en siglos prolongados 
con merecida gloria, 
y en inmortal historia 
revivirán mal grado de los hados; 
mas todos estos daños 
aun no acabaron ochocientos años. 
Quedaste tan trocada 
de lo que ser solías 
ante de aquel estado lamentable, 
que siendo rescatada 
aun no te conocías 
viéndote en trage extraño y miserable, 
con horror espantable 
tus pueblos destruidos, 
sin dellos quedar nombre, 
y de otros el renombre 
apenas con los sitios conocidos; 
y siendo antes ladina 
hablabas aljamía peregrina. 
Bien puedes gloriarte, 
¡oh, reina del Poniente! 
de trofeos haberte enriquecido 
el invencible Marte; 
mas es más eminente 
la gloria deste ingenio esclarecido, 
que te libró de olvido, 
y como Prometeo 
tu gran cuerpo reforma 
en la primera forma 
de partes y facciones y de aseo, 
y del fuego más fino 
te da luz, vida, lengua y ser divino. 
El consorte de Pirra 
de las piedras renueva 
las gentes en diluvio submergidas, 
y aquesta luz de Cirra 
con más divina prueba 
levanta tus ciudades destruidas 
de piedras escondidas 
y mármoles sagrados 
al son de un nuevo acento, 
que mueve al raudo viento, 
y a las selvas y montes encumbrados, 
con más lindeza y gracia 
que hicieran el de Tebas y el de Tracia. 
Deja el ropaje mauro, 
y cativo quebranto, 
pues eres ya señora triunfante, 
por el sagrado lauro, 
y vístete del manto 
de púrpura real y rozagante 
por do más claros que ante 
con curso placentero 
los espaciosos senos 
de varias flores llenos 
vayan bordando Duero, Tajo, Ibero, 
y la felice Copia 
vierta mortal ambrosía y eliotropia. 
Entre ellos más lustroso 
Guadalquivir parezca 
coronado de fresca y verde oliva, 
y el ganado hermoso 
con el oro enriquezca, 
que en su cristal produce y fuente viva, 
y con letras escriba 
de perlas muy ufano 
en la urna cristalina 
de su luciente mina 
dos Sénecas, un Mena y un Lucano, 
un Genesio, un Eulosio, 
y entre éstos un ilustre y claro Ambrosio. 
Pues ves, sagrado Betis, 
quán pobre loa es ésta, 
haz que canten tus cisnes lo que resta. 






ELOGIO AL RETRATO DE JERÓNIMO DE CHAVES 

Espíritu divino en mortal velo, 
que secreto fatal abres y sellas, 
perdona mi piadoso, ardiente zelo, 
si encubro en los colores tus centellas; 
más merecías estar allá en el cielo 
pintado con la luz de tus estrellas;
diera sombras Diana, Apolo lustre, 
haciendo tu retrato más ilustre. 
Iris con mil matices pabonada 
el manto te bordara rozagante 
de azul y blanco, y púrpura rosada, 
de verde aromatiz y rutilante: 
riqueza de color tan afinada 
ni la supo Parrasio, ni Timante; 
y cierto que a sujeto tal convino 
que el arte y el color fuera divino. 
Atlante con Alcides animoso 
sudó llevando la celeste cumbre; 
mas con egemplo nuevo y glorioso, 
fuera de humana fuerza y de costumbre 
en tu ánimo capaz, ingenioso, 
y en una mano traes sin pesadumbre 
quanto rodea el húm.ido elemento, 
y con su luz ilustra el firmamento. 
Seguro subes al etéreo monte, 
en alas de un ingenio soberano, 
no como el temerario Faetonte, 
ni 'el que volando, al mar dio nombre vano 
Júpiter que al osado Oromedonte 
de su alcázar temió ver tan cercano. 
Chaves, con más razón ahora temiera, 
si en tus manos tu reino puesto viera.





ELOGIO AL SANTO REY DON FERNANDO 

Otro tiempo el reynar era llamado 
violencia, rigor y tiranía, 
y de ánimo sangriento era notado 
el que cetro y corona poseía, 
que por sólo alcanzar tan alto estado 
al cielo y la justicia posponía, 
y en qualquier temerario y feo hedió 
de su solo querer hacía derecho. 
No se hallaban cosas más conformes 
que el odio y el reinado miserable, 
ni que entre sí más fuesen disconformes, 
que el imperio y la fe sacra inviolable: 
ni partes más impropias y disformes 
al cetro que el amar y ser amable: 
el ser avaro, vengativo, injusto, 
declan que eran fueros de un Augusto. 
Con tus muy justas obras se desmiente 
esta infamia real, sacro Fernando, 
que coronando Dios tu sacra frente, 
tu pensamiento en él fuiste empleando, 
y con divino egemplo a toda gente 
de celestial virtud fuiste mostrando 
la diferencia que hay de un gran tirano 
a un Rey que Dios consagra de su mano. 
Entre el sumo poder y amor sincero 
nunca se vio jamás mayor concordia, 
ni entre avara injusticia y real fuero 
más extraña esquivez, mayor discordia; 
ni con pedio m.ás dulce y placentero 
jamás se vio reynar misericordia, 
que sin severidad pesada y grave 
hacía el jugo a todo ser suave. 
Astrea por honrar tu excelsa silla 
del Cielo decendió, y se vio en la tierra 
con ella la verdad, la fe sencilla, 
y el gran valor que al mundo hace guerra; 
la religión zelosa a maravilla, 
que a toda falsedad y error destierra; 
al fin hicieron cortes en el suelo 
las virtudes que reynan en el cielo. 
Con este soberano y sacro coro. 195 
que a tu trono hacía triunfante, 
vido España un dichoso siglo de oro, 
y un reyno al celestial muy semejante: 
no sólo bastecido de tesoro, 
y de los ricos dones de Levante, 
mas de bondad y de ánimos leales, 
y de obediencia y gracias celestiales. 
No solamente Copia enriquecía 
el suelo Hesperio con felice cuerno 
y siempre primavera parecía 
en medio del rigor del frío invierno: 
la sanidad templada y alegría 
los males desterraban al infierno, 
haciendo que hubiese en aquel tiempo 
sino salud, placer y pasatiempo: 
Mas aun también la heroyca fortaleza, 
que del ocio servil no se pagaba, 
con felice suceso y gran destreza 
en infieles la lanza ensangrentaba, 
ganando de la bárbara fiereza 
(que toda la Vandalia aún ocupaba) 
casi toda esta rica y fértil tierra 
hasta donde el Océano la cierra. 
¿De qué trance dudoso, o qué batalla 
saliste sin triunfo laureado? 
¿Quántas veces te viste entre canalla 
de moros en el campo rodeado, 
sin resistir, rey santo, arnés, ni malla 
al golpe de tu brazo denodado? 
¿Quántos reynos ganaste? ¿Quántos reyes 
recibieron tu yugo y justas leyes? 
Como David a veces alternando 
la harpa con la espada vitoriosa, 
y con ésta unas veces discantando 
la magestad del cielo gloriosa, 
con aquella otro tiempo triunfando 
de la gente idumea belicosa, 
ofrecía al Señor digno servicio  
con los dones del uno y otro oficio: 
Así, claro Fernando, repartías 
el tiempo, y todo a Dios lo dedicabas, 
o quando contra infieles te encendías, 
y dellos mil ciudades conquistabas, 
o quando con la paz te corregías, 
y en corregir los tuyos te empleabas, 
de uno y otro ofreciendo ricos dones 
de despojos y votos y oraciones. 
¡Quántos templos al cielo levantaste 
de mármol sumptuoso peregrino! 
¡De quán ricos tesoros los dotaste 
a honor y gloria del amor divino! 
¡Quánto más pío en esto te mostraste 
que nuestro avaro siglo infiel, malino, 
en que vemos los templos destruidos 
por príncipes hereges fementidos! 
Por estas santas obras mereciste 
ver aquellos dos grandes patriarcas 
Dominico y Francisco, que tuviste 
en más que a quantos reyes y monarcas 
engrandeció jamás el siglo triste, 
y al cabo los vencieron las tres Parcas; 
mas estos dos con fuerza y nombre eterno 
vencieron a los hados y al infierno, 
¡Quántos veces la púrpura y brocado 
trocar quisiste por sayal grosero, 
y seguir de los dos el santo estado, 
posponiendo el regalo al voto austero! . 
mas quedara tu Reino despojado 
de un rey clemente, justo y limosnero: 
y ofreciste bastante sacrificio 
en levantar primero este edificio, 
haciendo que en España comenzase 
de estas dos religiones la milicia, 
que fuese guarnición, que la amparase 
de luxuria, soberbia y avaricia, 
y con armas divinas extirpase 198 
el error, la ignorancia y la malicia: 
al fin contra enemigos invisibles 
pusiste estos presidios invencibles. 
Aquesto fue ganar de nuevo a España 
de enemigos más bravos y hambrientos 
de nuestra mortandad, que en la campaña 
se mostraron jamás moros sangrientos. 
¿Con qué se pagará merced tamaña? 
¡oh, padre de la patria! ¿O en qué cuentos 
podrá caber de muy prolija historia 
todo lo que merece esta memoria? 
¿Quién vido los cilicios escondidos 
debajo del brocado rozagante, 
los ayunos santísimos servidos 
en mesa de oro y plata rutilante: 
la contrición, los llantos y gemidos 
con el sarao alegre y el discante, 
y en absoluta y poderosa cumbre 
no dejarse llevar de la costumbre? 
Este milagro solo es suficiente 
para canonizar tu sacro nombre, 
y que entre los que sabe toda gente 
con espanto más justo nos asombre: 
ni se puede negar, que es evidente, 
y el cielo le aprobó y le dio renombre, 
que estuviese en las ondas tan sereno, 
y siendo rey Fernando fuiste bueno. 
Si a pura santidad y limpio zelo 
de virtudes heroycas religiosas, 
y a tantos testimonios que da el cielo 
de señales divinas milagrosas, 
que confirman el crédito del suelo 
en lo que siente de obras tan piadosas, 
se debe culto y rito memorable, 
¿por qué se olvida un hedió tan notable? 
Prestará su favor y diestra santa 
a tan debido y piadoso oficio 
la autoridad de Pedro sacrosanta 199-
dedicándole fiesta y sacrificio. 
Si en nosotros memoria hubiera, quanta 
merece tan ilustre beneficio, 
como fue libertarnos de las manos 
de crueles y pérfidos tiranos. 
Vendrá un siglo más santo y religioso 
que adoren tus altares inciensados 
con el olor de Arabia piadoso 
y con humilde voto visitados; 
y en el número santo y venturoso 
tus hedios se verán ya registrados, 
y tu Sevilla te fabrique un templo, 
que de antigua grandeza sea egemplo. 
Veranse en blanco mármol entalladas 
tus hazañas en un cuadro espacioso, 
y con raro artificio retratadas 
de color y pincel maravilloso: 
que en las luces y sombras relevadas 
muestren vivez y aliento muy gracioso, 
venciendo a la materia el arte y genio, 
y a la naturaleza el vivo ingenio. 
En una parte quatro reyes moros, 
de Ecija, Jaén, Murcia y Baeza, 
entregarán su llaves y tesoros, 
hasta el suelo humillando la cabeza 
al santo rey sentado entre dos coros 
de virtudes, armado toda pieza, 
que la justa obediencia está aceptando 
con ademán real y sacro mando. 
Irá a otra parte la corriente honda 
del bárbaro Genil muy colorada, 
cortando con lustrosa y fértil onda 
la fresquísima vega de Granada: 
quejoso que a su voto no responda 
su pérfido profeta, y vea talada 
la ribera sombría y su frescura 
hedía de tantos hijos sepultura, 
Y que sus fuertes moros van huyendo.  
y ver a los christianos con denuedo 
ir en ellos matando y destruyendo, 
y de sangre bañando el campo ledo: 
irán propios colores distinguiendo 
en los unos orgullo, en otros miedo: 
diréis que se menean en el ayre 
las plumas y almayzares con donayre. 
Diréis que el algazara y Santiago 
se percibe en los gestos y mudanza, 
y que tiene a los pies de sangre un lago 
el fuerte rey siguiendo la matanza: 
haciendo de paganos grande estrago 
con mañoso ginete, espada y lanza, 
ganando gran Vitoria en aquel lance, 
y despojo muy rico del alcance. 
Luego vendrán a humilde vasallage, 
haciendo con debida reverencia 
la ceremonia fiel del homenage 
los reyes de Granada y de Valencia: 
marlotas de brocado y real trage 
rastrando por el suelo en la presencia 
del sacro rey, que en relevado asiento 
recibe su homenage y juramento. 
En otro espacio toda la frontera 
se mostrará pintada hasta los Zades, 
sin quedar pueblo en monte, ni en ribera 
de gazíes y fuertes almohades, 
que no tema, Fernando, tu vandera 
triufante ya por todas las ciudades: 
veranse los estragos destos canes 
por mano de tus claros capitanes. 
En otro lado se verá entregarse 
Córdoba con ardid y estraño modo 
al poderoso rey, y sujetarse 
con ella su campaña y reyno todo: 
verase con más lustre renovarse 
que tuvo en el felice tiempo godo, 
en nobleza y tesoro acrecentándose. 
y en religión y templos ilustrándose. 
Luego al vivo estará representada 
Sevilla con su campo y gran llanura, 
de altas cumbres en torno torreada, 
llena de magestad y hermosura, 
de palacios y templos adornada, 
que aun su grandeza espante en la pintura, 
con la torre mayor, cuya lindeza 
vence de las pirámides la alteza. 
Con más rico labor, que a todo exceda, 
irá bañando Betis caudaloso 
sus riberas cercadas de arboleda, 
y de un frescor risueño y amoroso, 
tocando en la muralla excelsa y leda 
con un rodeo blando y muy gracioso, 
que divide a Triana de esta parte, 
y él igualmente en medio se reparte. 
De perlas orientales coronado, 
entretegidas con la verde oliva, 
en sil cristal verase recostado 
del oro derramando y agua viva: 
terna docientas ninfas a su lado, 
ninguna dellas rústica ni esquiva, 
que en su bello, gracioso y dulce viso 
demuestre cada una un paraíso. 
Ya libres de las manos agarenas, 
soltando el oro crespo a las espaldas, 
adornarán las frentes muy serenas 
con riquísimas joyas y guirnaldas, 
y con alegre fiesta en las arenas 
derramarán aljófar y esmeraldas 
de la inmensa riqueza y saco mano, 
que ofrecerá el tesoro sevillano. 
Después de tanto asalto y cerco grave, 
y tantas gentes sarracenas muertas: 
después que Bonifacio con la nave 
del río las cadenas hizo abiertas, 
verase el gran Clemente con su llave
abrir las combatidas y altas puertas, 
y en su felice y venturoso día 
entregarla el rey moro a pleytesía. 
Veranse cien altares ahumando 
en la ribera con olor sabeo, 
puestos por el sagrado rey Fernando 
con ilustre aparato y santo arreo; 
y en cada uno junto tremolando 
una vandera bárbara, un trofeo, 
y el invencible rey puesto de inojos 
dará a Dios lo mejor de los despojos. 
Junto estará la pompa alegre, ufana, 
con que entra por Sevilla triunfante 
la Princesa del Cielo soberana 
en un carro de plata radiante 
llevando la canalla mahometana 
y sus caudillos presos adelante, 
y al rey moro, que el rostro bravo altivo 
aún muestre en el retrato, aunque captivo. 
En torno desta Reyna gloriosa 
vendrán en procesión obispos santos, 
y clero ilustre en forma muy vistosa 
a coros repitiendo en dulces cantos 
loores de su diestra poderosa, 
que los libró de bárbaros quebrantos: 
al cabo irá el rey dándole gloria 
y el triunfo de toda esta Vitoria. 
Allí luego hará el repartimiento 
a ricos-hombres, nobles e infanzones, 
que su fuerza mostraron y ardimiento 
contra los africanos escuadrones, 
quedando cada uno muy contento 
de la real clemencia y ricos dones, 
de donde la nobleza hora deciende, 
que en esta gran ciudad se comprehende. 
No menos liberal, pío y jocundo 
se mostrará en el templo consagrado 
por el santo arzobvipo don Reymundo,
dotándolo de renta y gran ditado, 
haciéndole en España sin segundo, 
y con razón a todos el primado: 
a sus lados Leandro y Isidoro 
alegres mirarán su antiguo coro. 
Fenecerá este cuadro y argumento 
con los claros milagros del rey santo, 
que despedido del vital aliento, 
con angélico coro y dulce canto 
verán que sube al alto firmamento 
vestido de oro y de purpúreo manto; 
y con dulce semblante allí divisa 
a la ciudad que tiene su devisa. 
Todos aquestos hechos admirables 
en su templo verán los que vinieren, 
y en su tierra dirán los memorables 
milagros que muy ciertos aquí vieren: 
el culto y ceremonias venerables 
de los que a sus altares asistieren; 
y así por todo el mundo irán diciéndose, 
sacro rey, tus loores, y estendiéndose. 
Esperando aquel siglo hora entretanto 
tu muy agradecida y leal Sevilla, 
tu sagrada reliquia y cuerpo santo 
deposita en altísima capilla, 
en sepulcro que cause más espanto 
que cualquiera otra antigua maravilla, 
cuya labor, ornato y magisterio 
no tenga par en todo el emisferio. 
Mas pues en tanta alteza sublimado 
(lejos de nuestra pompa y arrogancia) 
estás de santos reyes coronado, 
de un gran Cario, un Luis que dio la Francia, 
de un Esteban de Ungría coronado, 
de un Casimiro, rey de gran constancia, 
de Edelberto que vido a su Inglaterra 
muy lejos de hacer al cielo guerra. 
Y pues posees reyno más didioso. 
que de toda mudanza se asegura, 
clarísimo Fernando glorioso, 
en una dulce paz, eterna y pura, 
y de lejos adviertes piadoso 
de nuestro triste ser la sombra oscura, 
alcánzanos, señor, de allá del cielo, 
suceso a nuestros ruegos y consuelo.











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