Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 31 de marzo de 2013

1530.- FERMÍN GÁMEZ HERNÁNDEZ





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FERMÍN GÁMEZ HERNÁNDEZ 
(Puerto Real, CÁDIZ 1966). Licenciado en Filosofía y Letras. Se da a conocer muy pronto como poeta al resultar accésit del prestigioso Premio Adonais con Efecto invernadero (Rialp, 1991). Por esas fechas empieza a colaborar habitualmente en la revista algecireña "Yaraví", dirigida por Juan Emilio Ríos Vera. Los premios serán una constante en su trayectoria. En 1992 se hace con el II Premio de Creación Literaria El Drag, convocado por la Universidad de Cádiz, en 1993 con el Marciano Zurita por Cerco de labios (Ayuntamiento de Palencia, 1994), en 1994 con el segundo premio de la Universidad de Sevilla por Mester de cercanía (Universidad de Sevilla, 1995), y en 1995 con el Ciudad de Alcorcón gracias a El lirio turco (Ayuntamiento de Alcorcón, 1995), el José Manuel García Gómez con La noche, a ser posible (Quorum, 1995), y un accésit del Joaquín Benito de Lucas por Umbral del fuego (Ayuntamiento de Talavera de la Reina, 1995).
Poco tiempo después se convierte en el segundo poeta en la historia del Premio Adonais que consigue repetir con un accésit gracias a Arcana certidumbre (Rialp, 1998). Su último poemario hasta la fecha es Pareja en la vida real (Premio María del Villar, Fundación María del Villar Berruezo, 2001). Ha sido incluido en alguna antología como Poesía de la luz (Isla de Siltolá, 2012). 



LA TIERRA ENCENDIDA 

Al morirme se encenderá mi hoguera, 
otra vez arderá después de ardida 
la ceniza que me hizo a su medida; 
será el fuego que fue mi calavera.

 Se hará reguero tanta sementera, 
toda la tierra quedará encendida; 
se irá acercando mi llama a la vida 
y empezaré a vivir sin que yo muera.

La luz me acabará sustituyendo: 
a tanta noche sólo pido el día, 
a un resplandor aspira mi ceguera.

Con esta brasa moriré viviendo. 
No rondará el helor la fosa fría 
si yazgo por vivir de esta manera.

¿no ves, muerte, que no tenemos liza; 
que donde tú hieres yo no batallo, 
que nos miramos sólo de soslayo 
sin que mi llama llegue a tu ceniza?

Por más que tu guadaña profundiza 
no te ofrezco carnaza; no me hallo 
donde tú vienes. Ni soy tu vasallo 
ni pierdo si eres también perdididza.

No te conozco, no sé a quién saludo, 
si ignoro incluso lo que de ti espero, 
si cuanto espero de ti es cuanto ignoro.

Sólo puedes aguardar mi desnudo; 
a mí tú no me sabes pues si muero 
no es mi vida en las astas de tu toro.

Si sé que muero de qué me aprovecha 
sin entender eso que aún no puedo, 
si soy ceniza bajo de mi miedo, 
si lo que ha de venir sólo es sospecha.

De qué me vale calcular la fecha 
para salir de donde ahora me hospedo, 
si he de perder todo lo que me quedo, 
si la fosa cada vez más se estrecha.

Más me valiera el ignorar que yago, 
que vivo a condición de que me muera, 
que tengo que morir para la vida.

Con esto creo que bastante pago, 
con esperar lo que no tiene espera, 
con no olvidar lo que nunca se olvida.

Será la muerte donde fue mi sueño. 
Se irá durmiendo en mi pecho dormido, 
la arropará del frío mi latido 
sobre ese lecho del que fui yo dueño.

Ya a mi hálito acerca su beleño 
y a mi piel su sopor desconocido. 
Al poco narcotizará mi olvido, 
en dejar yo de ser pone su empeño.

Alejará de mí esta duermevela, 
todo este despertar para ser nada, 
este ir a ningún lado por derecho.

Llegará y ya no habrá dolor que duela, 
ni ceguera que ciegue la mirada, 
ni herida que devore por mi pecho. 





DE: Umbral del fuego 
(Colección Melibea, Talavera de la Reina, 1995)



Lo primero

Nadie sabía que llevábamos poco tiempo besándonos.
Entramos en el Museo por primera vez juntos.
Toda una clase de colegialas se empeñaba en seguir por
nuestros pasillos.
Con un guiño fenicio yo buscaba tus ojos.
Quería ver tus ojos.
Era febrero y aún no sabíamos caminar abrazados.
Qué ingenuo, cada uno con su paso, como antes de llevar poco
tiempo besándonos.
Como antes de todas las cartas de los enamorados.
Nadie sabía que era febrero, que toda una clase de colegialas
se empeñaba en seguir por nuestros pasillos.
Nadie sabía que entre los sarcófagos fenicios me interesaban
tus ojos y que yo quería verlos.
Que llevábamos cartas con la tinta aún fresca de años
y de años.
Toda la vida esperando tu mirada bajo el paraguas.
Tu mirada en mí, sin que supiera nadie lo que me decías.
Nadie sabía que era febrero y que la lluvia desde la acera
empezaba a sonreír.







Coge el blasier...

Coge el blasier
y va hacia el probador
detrás de cuya puerta
se desata
otra esquina del mismo
laberinto.






He apartado las hojas...

He apartado las hojas
de arce, con la mano enceguecida,
he escarbado la tierra
y una raíz susurra entre mis dedos.
Sucumbirá en mi piel
como un topo mojado por la lluvia.







Lástima que el tipo...

Lástima que el tipo
entonces no estuviese
leyendo aquella vida de Calvino.
Ni que fuera fijándose
en los números de
los pisos al bajar -tan lento- el ascensor.
Yo hubiese hecho calceta
con sus párpados que
no se cerraron en ningún momento.


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