Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 29 de abril de 2014

1973.- JOSÉ LUIS JIMÉNEZ VILLENA


José Luis Jiménez Villena

Poeta español, nacido en Padul, Granada. Ganador del 1er.Premio en el XIV Certamen Internacional de Poesía "Gabriel Zelaya" (Torredonjimeno, Jaén, 2006) con su libro de poemas "Luces del Norte". Falleció en Cataluña el día 2 de octubre de 2007, a los
cuarenta y nueve años de edad. Fue un hombre excepcional, de una enorme sensibilidad y encanto, un poeta de altura y un amigo entrañable. Los tres primeros poemas de los que siguen, fueron los últimos que dio a conocer, muy poco antes de su partida, en ultraversal.com, el foro en el cual participara regularmente desde hacía varios años.







Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.







Noviembre

All, noviembre del 85

La tarde, una más, se apaga lentamente
y, con frío de vieja, ha tejido como un tul
que fuera la noche al rescoldo de la luz
de lumbre rubia que se escapa hacia el oeste.

Y parece que el aire furioso mal esconda
fría soberbia de un relámpago oculto.
Por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo
se desvanece por los filos de la sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle.
Sobre los abedules casi desnudos llueve

y lloverá esta noche detrás de los cristales
donde caerá la lluvia de peso transparente
cuando, cerca del fuego, yo mire como llueve.








El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates...
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable...

y yo que quería preguntarte mi nombre...





La mujer del secreto 

La mujer que me lleva a la otra orilla 
es un puente de sombras deshiladas, 
un atajo a la gloria o al infierno 
de un querer que me quiere a vida o muerte. 
La mujer que me mata y me desea 
es la maga que embruja mis sentidos, 
la razón que se pierde con ungüentos 
aplicados de noche y a escondidas. 
La mujer que me guarda y que me aleja 
trae un río de ayeres altaneros, 
desaguando en las dudas del ahora 
lo cierto y lo seguido de su estirpe, 
y es un brote de piedra en el futuro. 
La mujer del secreto que ella sabe, 
lo desvela en las noches del instinto 
y fía ciegamente a mi vigilia 
su vida, que hace tiempo que es la mía. 
Hay dos firmas de amor al pie de un trato 
avalando la sangre y su bullicio 
en los frágiles días que nos sueñan.








Nocturno 

La noche se abre en una flor de brea 
que naciera del tallo de lo oscuro 
y derrama su efluvio misterioso 
bajo una lluvia de marfil eléctrico, 
de una luz que quizás sea de luna. 
Camino en la quietud de las aceras 
buscando una guarida que me ampare 
y un bar es un lugar donde esconderse 
para encontrar sosiego en una copa 
y suponer tu cara entre las caras 
que me miran mirando lo que miro. 
No sabe nadie que te busco a tientas, 
que me parece verte en algún rostro 
o en el cristal narcótico de un beso 
que me devuelve a ti, 
a la derrota absurda de quererte 
en unos labios de carmín postizo. 
No estás y a la intemperie, 
cuando las putas vuelven del infierno, 
en esa hora turbia en que el delirio 
tiene un aroma de flor del trasmundo, 
sin aliento ni ruido vuela un ángel 
que desangra en palabras su agonía 
y un poeta se bebe los silencios 
del amargo licor de los crepúsculos. 
Nunca hubo un amor tan imposible.








In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.





Apetito

Yo creí que la vida era un atraco 
a mano armada, a cara descubierta, 
y me pensé que todo era apetito 
en un festín feraz e interminable, 
sin saber de la vianda del veneno 
ni en qué copa escanciar la vida eterna. 

Yo bailé en los brocales de la gula 
como un derviche espurio y desnortado, 
dejándome llevar por el instinto, 
por esa voluntad de las entrañas 
que latía en mi ser como una risa. 

Ahora que el estómago del tiempo 
se nutre del banquete del pasado, 
sé que soy convidado de su mesa 
y a la vez alimento de su boca. 

También sé que se cierne la hecatombe 
sobre los sortilegios que he vivido, 
que falla el engranaje del azar 
en el alma trucada de mis carnes, 
y que el hambre y la sed desaparecen 
sin que nunca se sacie el apetito. 







De rodillas

Mientras me inclino calla en mí la ira, 
se amansa el griterío y la desesperanza 
y no me queda más lugar que el recogimiento, 
más medida que este cuenco de carne, 
ni estar que no sea mi propia vida postrada 
bajo el haz de la vidriera 
que me brinda el amparo de su espejismo. 

Sólo al rendirme al miedo inevitable 
se sosiega la furia como algo ajeno 
y el esperpento transforma la gramática 
de todo lo que temo en todo lo que digo, 
mientras mascullo el puro disparate 
y los nombres del pánico 
en un murmullo impensable y subyugado. 

Arde la hez del silencio en los cirios, 
arde como un tiempo de cera y humo 
imposible de entender si no es ardiendo 
como una vela dúctil, 
como una llama desprovista entre las sombras. 

La vida aquí no es eterna, 
pero es de piedra fría y susurrada, 
de piedra esculpida por el vaho de las oraciones 
nacidas de la fe de un sindiós 
que pende de la angustia de estar vivo, 

mientras alza sus rezos sin consuelo, 
mientras vacía la boca de temores, 
mientras llora su muerte de rodillas. 






NO DICE NADIE ADIÓS

Está parado el tiempo en la estación 
y se detiene en el andén el tránsito, 
el tren 
parece un dios eléctrico y de acero, 
un volumen guiando su destino 
hacia cualquier confín inverosímil. 

No se ven los raíles en la noche 
y se ha perdido el sur a mis espaldas, 
pero yo me encamino a lo lejano 
con la urgencia de un alma migratoria. 
Una velocidad, 
cercana al disparate y al olvido, 
acecha interrumpida en los vagones 
dispuesta para el salto y para el vértigo. 

Me voy y no sé a donde, 
en los paneles una lengua extraña 
señala una parada en la ciudad de paso, 
un cambio en las agujas del reloj 
y un trasbordo obligado en algún sitio 
llamado vía muerta. 

En la maleta llevo ropa sucia, 
el neceser de un nómada 
y un callejero del lugar remoto 
que comienza al final de este viaje 
de brújula trucada y sin regreso. 

No dice nadie adiós, 
nadie me dice adiós.











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