Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 2 de mayo de 2014

1.995.- MARÍA FERNANDA TRUJILLO LEÓN

Dª. María Fernanda Trujillo,  con D. José González Pte. de la Asociación “La Dársena”





MARÍA FERNANDA TRUJILLO LEÓN

Tomares (Sevilla)
María Fernanda Trujillo, poeta, escritora, viajera y observadora de lo cotidiano, al escribir este poema dedicado a Octubre, desdice de todo lo anterior. María Fernanda —compañera y amiga entrañable—, sabe de lo que habla en su decir poético, mostrando un verbo lírico y terso a favor del estío: casi sin nombrarlo reivindica la estación perdida y reprende al otoño con suavidad, condescendiente con él a pesar de su falta de decoro y su capacidad para deslucirle los pétalos.

[por Pepe Amodeo] 








Octubre

Viene el otoño a posarse en mi ventana
por sorpresa, como tiene por costumbre.

Se acerca y contraría mi voluntad
habituada, como estaba, a la sensualidad del estío,
a su naturaleza ardiente, al sol maniatado en las persianas
de mi cuarto.

Viene a respirarme: gris, famélico y trabajoso,
a corearme el lento latido de la sangre,
a morderme, indecoroso, los labios.

A estorbar la frescura que emanaba del arroyo cercano,
y a abandonarme, baldíos los pies, a merced del relente.

Viene a deslucirme los pétalos, que ahora gimen,
privados del umbroso refugio del alféizar.

Llega para transgredirme las caderas
e inundarme de lágrimas la simiente.

Y en su ultraje se hace acompañar de un viento infame,
que acrecienta la condena
mientras ansío la libertad de una nueva y
                                            complaciente amanecida.

El otoño vuelve a posarse en mi ventana
por sorpresa, como tiene por costumbre.








EL ÁRBOL

Una mirada bastará,
a través del anónimo follaje,
para vislumbrar el infinito
que mi mano no alcanza:
la copa, espléndida, me regala su umbría
una tarde imprecisa de junio.

Aquel árbol que nunca regué,
se entrega hoy, domesticado,
sin condiciones,
a este yo intruso y lánguido
quien, sumido en el sopor y la pereza,
profana, a sus pies,
el íntimo paraíso escondido.

Sobre sus ramas, las nubes trenzan
imágenes que rememoran la dulce niñez
y pruebo a enredar con ellas y con la verde sombra
para regresar a la inocencia,
mientras el cuerpo, transmutado en clorofila,
es mecido por el aire que atiza
una tarde imprecisa de junio.

Ya no son de carne mis miembros
sino de brotes germinados,
y mis dedos, lobulados retoños
que modulan los trinos de los pájaros
que se aprestan a reconfortarme.

He de venir a regar este árbol alguna vez,
susurro, agradecida, una tarde imprecisa de junio.












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