Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 10 de septiembre de 2014

ALHAKÉN I [2.043]


                                                                   DIRHEM DE EMIRATO AL-HAKAM I



Alhakén I

Abū al-‘Āṣ al-Hakam b. Hišām (Árabe: أبو العاص الحكم بن هشام), llamado al-Murtazî (المرتضى), más conocido como Alhakén I, Al-Hakam I o Alhaquén I (Córdoba, 770 - Ibidem, 21 de mayo de 822), tercer emir independiente de Córdoba, desde el 17 de abril de 796 hasta su muerte. Era además buen orador e inspirado poeta.

Para el cronista Ibn Hazm, fue el más sanguinario y déspota de los emires omeyas.

Hijo de Hisham I, lo sucedió a los 26 años de edad. Su reinado fue uno de los más agitados de la dinastía omeya, pues tuvo que hacer frente a las aspiraciones de sus tíos Sulaimán y Abd Allah (Abdalá). El más activo fue Abd Allah quien, desde la región valenciana donde había desembarcado, intentó atraer a su causa a los jefes árabes del valle del Ebro e incluso vino a pedir ayuda a la corte de Carlomagno en el año 797, contra su sobrino. En el 802 o 803, Abd Allah terminó estableciendo contactos con su sobrino, al-Hakam, que le autorizó a residir en Valencia, a cambio de una pensión anual. Su hermano Sulayman, siempre desde la costa oriental donde se había instalado a su vez en el año 798, intentó atacar Córdoba pero fue vencido y asesinado en el 800 o el 801.

Asimismo tuvo que enfrentarse a las sublevaciones de los muladíes de Toledo, Mérida y Córdoba, brutalmente sofocadas. Su política de mano dura y el incremento de la aplastante presión fiscal sobre los cristianos provocaron el levantamiento de los cordobeses del Arrabal de Córdoba. Los amotinados estuvieron a punto de asaltar el Alcázar, pero una maniobra hábil y rápida de la guardia palatina salvó la situación. Tres días duró la matanza y saqueo en el Arrabal y el enérgico emir ordenó la crucifixión de trescientos notables. Todos los habitantes del Arrabal, que fue arrasado, fueron deportados. Unas veinte mil familias emigraron de la Península y parte de ellas se establecieron en el norte de África, donde fundaron el barrio y mezquita de los andalusíes en la ciudad de Fez, mientras que otras se dedicaron algún tiempo a la piratería, desembarcando en Sicilia, ocupando Alejandría durante diez años y estableciéndose finalmente en la isla de Creta, donde fundaron el Emirato de Creta, bajo dinastía cordobesa, que se mantuvo independiente hasta el año 961, en que la isla fue reconquistada por el Imperio bizantino.

La situación interna permitió la conquista franca de Barcelona en el año 801 y, aunque por poco tiempo, los asturianos llegaron a ocupar Lisboa. Carlomagno firmó un tratado de paz con al-Hakam por el que se comprometía a no extender sus fronteras más allá del río Llobregat.

Su ejército fue fortalecido por un elevado número de bereberes, también reclutó mercenarios cristianos de diversas procedencias. Contó con una guardia palatina de más de dos mil hombres de origen eslavo, denominados «los mudos», porque no sabían el árabe ni el romance. Estuvieron en dos cuarteles contiguos al Alcázar y bajo las órdenes del conde cristiano Rabí, hijo de Teodulfo.[cita requerida]

Dejó al morir, a los 52 ó 53 años, diecinueve hijos varones y veintiún mujeres. Le sucedió su hijo Abderramán II.


Los cronistas retratan así al tercer emir de Córdoba:

Al-Hakam I fue de color trigueño, alto y delgado, de nariz bien formada, aunque ligeramente respingona y no se teñía el pelo. Se preocupaba personalmente de todos los asuntos, fueran importantes o no; no se fiaba de nadie, aunque fueran hombres de confianza y no admitía que éstos cometieran actos injustos, pero en caso de que esto ocurriera, rápidamente reparaba la injusticia; era valiente, atrevido y temible en sus enfados; resuelto y decidido, pero también era espléndido en sus regalos y muy generoso. Era además buen orador e inspirado poeta. Allanó el camino a sus sucesores y se atrajo a los alfaquíes y hombres de saber.

De él se decía que era tan dado a la bebida como poco adicto a las costumbres piadosas, y en la mezquita mayor, durante la oración de los viernes, se levantaban voces anónimas que le gritaban: ¡Borracho, ven a rezar!





Bagdad: el amor cortés

El Islam permite la realización plena de sexualidad masculina a través de la poligamia al mismo tiempo que establece una rígida separación   —58→   de los sexos.33 Como consecuencia, el musulmán no tendrá apenas trabas para practicar el sexo, pero le será muy difícil enamorarse, porque no conocerá seguramente a su futura esposa hasta el día de su boda y ésta se realiza por factores de linaje o de dinero. La mujer se convierte en un ser inasequible e inalcanzable en un personaje de la imaginación, más que en un ser real, y el amor, en deseo no satisfecho. Existen las esclavas, con las que es posible tratar fácilmente, pero la relación comercial que ello entraña, el mismo hecho de la obligada obediencia entre sierva y amo, tampoco satisface a los nuevos árabes, ya no hijos del desierto, sino de la civitas, y transfieren la sublimación del amor hacia la dama inasequible a la esclava, a la que confieren la libertad de aceptar, o no, la opción de aceptar o rechazar el amor. En este juego, el amo será siervo del amor, y la esclava, ama, como sucede en el verso atribuido al califa de Bagdad Hārūn al-Rašīd, en su juego erótico con tres esclavas que motivará el villancico de Las tres morillas de Jaén:

Tres mujeres me domeñan
y acampan en mi corazón.
¿Por qué todas las criaturas me obedecen
y yo las obedezco a ellas que se me rebelan?
¿Será acaso que el poder del amor que poseen
es más fuerte que mi poder?




Idea que ya había expresado el emir de al-Andalus, Al-Hakam I



Ramas de sauce que se balancean entre las dunas,
al huir de mí, decididas a rechazar la unión conmigo.
Reinan en mí, aunque yo soy rey, pero mis fuerzas,
por el amor, se han debilitado
con la languidez del cautivo.
¿Quién me ayudará contra las tiranías de mi cuerpo?
Ellas doblegan, con el amor, mi fuerza y poder.

M. J. Rubiera Mata, Ibidem.










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