Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 24 de marzo de 2015

JESÚS BAENA CRIADO [2.070]


Jesús Baena Criado

Málaga, 16 de Octubre de 1992
Estudiante de Grado de Historia
Poeta. Caballero de la Metáfora y el Surrealismo. 
Publica Las Cartas en 2010, con Editorial Éride. Su trabajo inmediato a la publicación se traduce en el estreno teatral de Looking for inspiration, obra que se estrenó en La Caja Blanca. A partir de entonces, su trabajo se centra en la poesía, con la cuál acude a diferentes ciclos y recitales. Actualmente, ha estado trabajando en esta edición de su última novela, Aner, con la colección Monosabio, tras haber terminado sus estudios universitarios como graduado de Historia.



Verdad Superlativa

Como si se 
tratase de 
un infinito
encogido,
ya no 
quedaba 
nada.
Ya no veía tus 
huellas en los ojos
ni tu perfume
en el humo.
Ni me sabían
tus labios
a presente 
ni sabía si 
quería
o si 
podía 
o si
entendía qué
era salir del vacío
al que habíamos llegado,
al que nunca podríamos
volver a saltar.

Y yo, que no te encontraba
ni te sabía delante, 
que no entendía nada,
todavía buscaba 
algo.





Desde entonces,
no quedan cisnes en Cadaqués.

Prolongada la mirada
de las cuencas vacías
de sus palabras tejidas,
cosido su cuerpo a
antojo del capricho
de unos versos
que emigran
con el invierno 
de sus latidos,
volando sobre el
plumaje de la
arena coagulada,
intransigente, 
colorada,
despierta en el
inconsciente de 
la noche o en el reflejo
de un acero  ácido y
sagrado y débil.

Con los labios en la
miel preguntándole
al silencio que cuándo va
a callar,
y recorriendo el iris
de los colores
con el soliloquio 
de respiraciones
y murmullos sonrojados.

Sabe que está atravesado
por la nada, o 
que es él quien la atraviesa, 
y balbucea la costura
de lana de una de las
canciones olvidadas
cuyas cadenas penetrantes
esbozan la sonrisa fugaz 
de los otros espejos, 
el paraguas de llantos,
el consuelo del cielo.

Desde entonces,
no quedan cisnes en Cadaqués.






Grávidad Metamorfosis

Ellos, inmutables, nunca
detuvieron la macabra
danza, los obsoletos 
movimientos aleatorios o
la inmersión desnuda
y arrojada entre 
las paredes del segundero,
génesis de los olvidos.

El óleo explotaba
entre el Vacío y la Nada
y sus pigmentos, dagas rotas,
se hunden en la metamorfosis
de lo presente y pasado,
de los labios de cada 
palabra en lo superfluo,
en lo profano,
después de las miradas
discontinuas de 
nuestras manos,
del alfabeto inventado
por nuestros suspiros,
y antes de que lo ajeno
se convierta en cercano,
y de que se ahoguen 
nuestras voces en el silencio
sagrado de la transgresión 
                         [de tus ojos.

Lo inerte latente,
los lienzos descalzos
por los minutos,
los cristales derretidos
del recuerdo,
el éxodo de nuestros pechos;
las tazas frías de vuelos,
los vasos calientes
en las mejillas de tus pinceles,
y, después de todo,
las despedidas del humo danzante, 
la plenitud del vacío,
la suavidad de la mirada amarga,
la amargura de la palabra suave.

Los dedos de los
labios apretados,
el ánimo de las cortezas
de los colores entrecortado,
la brújula marcando la noche 
y los relojes el Norte, 
las calles paseadas
por nuestros dedos,
las huellas cicatrizadas
en la arena.

Los marcos vacíos
en nuestras paredes,
las sombras clavadas 
      [en nuestros pies.

Las luces apagadas de 
tantos soplidos,
las estrellas encerradas
en los dientes de león,
las nubes esparcidas
vibrando en nuestros oídos,
las lluvias melódicas
de tus sonrisas.

El movimiento etéreo y absurdo 
de las siluetas del segundero.

El génesis de los olvidos,
el éxodo de nuestros pechos.





Saturno

Se nos ha apagado
la noche.
Cayó desde el 
balcón 
esparciendo sus
teselas por 
los surcos de 
los silencios 
escondidos.
Por los surcos
de los silencios
pactados.
Lo que brotaba 
de sus huesos rotos,
de la luna de cerámica,
era nada. 
Esa nada a la que miró
a los ojos, a los ojos desencajados.
A los ojos que miran 
con las pupilas del miedo. 
Y la nada le rasgó la piel
hasta llegar al alma de óleo,
al silencio pactado;
le rasgó los pinceles
hasta desangrarle a los humanos.

Le miró a los ojos y
sus fauces le devolvieron
la mirada.





La transfiguración de la melancolía

Dejé caer el crepúsculo
de mis dedos entre los
claroscuros de las
palabras ciegas y las miradas
sordas.

Ya no servía golpear las paredes
del vacío, ni desangrar el cielo
cortado por la transfiguración
de la melancolía; se me
derraman tus labios por
entre las ramas, 
y las sílabas abiertas
lloran su alma hasta
ser transparentes.

La calma pretendida
de los silencios marchitos,
de las líneas esféricas
que describen el vuelo
de la fugacidad eterna,
ya son nieve y escarcha
en mis venas al contacto
con el fuego del horror vacui
de tus pupilas. 

El recuerdo consentido
de la genética soñada
de tus versos, 
o de las hojas caducas
de cada fusa compuesta
por nuestros labios sempiternos.

La transfiguración de la transgresión osada.






La quiebra de la debilidad

El asfalto de lo extinto,
de los hilos de voz
marchitos,
de la comisura desmesurada
de nuestras palabras,
del estrago de 
nuestras cuerdas vocales.

El esperpento cegado
por el balcón de luces;
el metrónomo marca impávido
las cenizas y los suspiros
y escuchan los ladrillos diformes.

Las manos enlazadas,
los dedos temblando
tras un horizonte agarrotado,
senil y despótico:
el amanecer desaliñado
entre el vuelo de los 
seres extraños,
una espiral de lo constante.

Las alas de los velos, 
la ropa de la noche
esparcida,
las baldosas sublevadas
a las miradas perdidas,
los cipreses como escarpias
a ras de cielo,
las historias incompletas
entre los versos perdidos,
la magia de lo real,
tránsfuga de los resquicios.

La escena yerma,
inoculada en el olvido
traspasada entre ventanas;
los cajones del cuerpo abiertos,
desordenados y efímeros:
opacos.

El Todo incierto,
naufrago de lo fecundo;
las manos arrugadas de la
pintura de nuestra piel,
las palabras desahuciadas.

La quiebra de la debilidad:
un último beso.





Los días bisiestos

La armonía infranqueable
de tus descaros,
la evasión de lo intrínseco,
la excentricidad de lo obvio,
la infra-naturalidad o
la supra-extremidad
que se mece bajo los
zapatos del suelo. 

La realidad irreal,
las tardes impares y
las lunas pares
y los días bisiestos,
el idilio premeditado
de nuestras ojeras,
el desdén lanzado
por entre las cáscaras
de lo inhumano.


El frío, tus brazos, 
el circuito recorrido
hasta el cuello,
la discardia extraviada,
lo heteróclito de tus miradas.

El anonimato de los sentidos,
los sentimientos amarrados
a las escenas imborrables,
tras el cuarteto de recuerdos
y descuidos, de impurezas
absorbidas por el presente,
de lamentos engañados
con el futuro.

El límite indeterminado 
de unos labios olvidados,
el difícil alcance a nuestras 
manos de lo vivido:
son clavos indecisos.






Puede resultar un fracaso salvar la vida 
a un muerto sin antes haber seguido 
las instrucciones.

El silencio latía
en su pecho
y las luces cabeceaban 
en su lengua
apagadas e invisibles.

Sus dedos habían dejado
caer los réquiems de
sus labios, 
y las entrañas
del nogal le recorrían
la espalda una y otra vez.

Los ojos como platos
y los platos por los
ojos, el pasado
de escarcha y 
el futuro intermitente
y todas las bocas mudas.

No había blancos ni grises
ni mármol ni piedras lisas,
ni había entradas ni salidas:
quizás nunca las había habido. 

No sabía si había
esperado una vida para
estar escondido, si era mejor 
la caja de madera o si tenía
que esperar la mayúscula 
de sus puntos suspensivos.


Lo que sí sabía es que Eva 
nunca estuvo desnuda,
y que todo empezó 
cuando ella dijo: yo.






Eco

Alguna vez se quedaron 
tus ojos mis ecos,
sin saber si lo eras tú
o lo era yo.
Alguna vez clavaste 
las sílabas de las 
que me despojaste 
en mis palabras, 
en mi garganta,
y no quisiste quitar
ni una de las letras 
que lloraste
de mis ojos.
Si las manos acariciaron
la pintura del pasado
y la extendieron por nuestras
espaldas, o si el carmín
de tus dedos me ha despojado
de mi piel, o si los labios
sólo movieron olas o 
montañas o el cielo,
o si Dios cerró los ojos y miró hacia otro lado.

Alguna vez derramamos los des-, los dis-,
los in-, los a- y las otras fobias
por el suelo del maquillaje;
otras escribimos en versos
el carraspeo de las cortinas
y el parpadeo de cada noche,
y parpadeamos sin
saber si era noche o era día
o si era ella quien nos parpadeaba
a nosotros,
sin querer saber si nos vivíamos
o si era sólo una fotografía.

Alguna vez dejamos caer
telegramas hasta nuestras
últimas venas enraizadas 
en la arena traspasando
nuestros pechos con
las manos, o
dejábamos morir 
las bromas en almohadas
que ya no recuerdo.

¿He dejado alguna vez 
de ser el eco?

¿O acaso lo dejaste
de ser tú?





Quid pro quo

La quietud de las vocales,
la histeria de la apoteosis
dormida.

La perpetua ficción 
del instante,
la mácula insomne
de lo inmortal
sobre el precipicio
de lo continuo,
irrealidad de los pasos
y las manos inalcanzables;
un incansable canon
de lo querido.

La quietud de 
los trazos vibrantes,
la amabilidad 
de lo estéril,
lo solemne 
del sueño vivido,
el deseo concebido
de lo mortal,
el laberinto paradigmático
de tu piel,
el alto y tergiverso 
volumen de tus colores:
la multiplicidad de realidades;
el paralelismo inventado,
la convergencia dispersa,
la noche diluviada. 

Los entes incorpóreos,
la contracción de lo yermo
y la dilatación de lo fecundo,
un espejismo macabro
por si la piedra nos hiciera eternos.

La dimensión cualquiera,
el gusto por ignorarlo,
el olvido de lo eterno
y el quid pro quo
del abismo candente.

La intrusión de lo
inevitable, el parpadeo
de las palabras 
habituales,
de vocablos absurdos,
de comunicación
alejada,
y todo huido.

La transparente pasta
vítrea de lo mundano,
de lo vulgar,
de lo imposible.











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