Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 18 de abril de 2015

ERNESTO ESTRELLA CÓZAR [2.081]


Ernesto Estrella Cózar

Poeta, músico e investigador nacido en Granada, quien, desde el año 2000, ha vivido en Nueva York, ciudad donde cursó su doctorado en la Universidad de Columbia.  
Entre 2007 y 2011 trabajó en la Universidad de Yale como profesor adjunto, especialista en poesía contemporánea.  
Desde la primavera de 2012, vive en Berlín, donde desarrolla sus actividades académicas y artísticas.  
Su libro de poesía, Boca de prosas, está siendo traducido al inglés y fragmentos de su poema-novela  experimental Escuela de tu nombre han aparecido ya en revistas de poesía.  
Su libro multimedia Achronos ha  sido parte del Virtual Poetry Project de CUNY.



Noche cerrada (2011)

Esta esquina, el cuerpo.                                          
                      Asomado a mis piernas.                                      
                      Asomado a la lentitud abierta del murmullo.

Caminas una jaula amplia, te están mirando.
                          Tu deseo te mira.
                          El espejo te da
                          la mitad
                          que no tienes.
                          Sin piel estable mudas.

Piso, asomo la cabeza al exterior. Ven.
Tus ojos no se parecen a tus ojos. Entra.
Tus ojos no respiran. Calma no hay llave en esa carne, suelta. Mía.                                                                                                                               
                                                    Cálida. Gota.                                                                           
                                                                Viento.
El centro inundado de hambre. La obediencia.
Tu memoria en mis pasos.
Deja, de tu boca. No hay temblor solo el mío.
No hay hielo para esta caída.
                        Está desahuciado el ritmo. Únicamente. Vacía.
                        Tu arena late
                                                    ahora
                                                    desde aquí
                                                    el golpe, un hilo, sobre la sal.
                        De robo duro. En robo. Al interior. 
                                                  Noche cerrada.








de Boca de prosas, 2010


su momento 

La balsa se está desatando cuando la Navidad deja
                        sobre nuestros dedos el río
                        que hay que desenvolver mientras temblamos.


Alguien que estaba delante ha conjugado esos troncos, esas hierbas y se ha ido.

Pero se ha ido para ti. Te quiere y no sabes si es soportable ese paso frágil

contra un papel que no responde, suave, y que te cruje
                                                                                    en el gallo de los ojos
                                                 en la mecánica mano al cuello seco
            en el miedo con el que haces la ronda a tu sonrisa

                         No se habla cuando el cuerpo ha dicho tanto
Sobre esa rápida corriente toca reunir algo de esperanza.


Entonces tu hermana te recuerda la piedra: cabezas privilegiadas en cubierta parten con su lengua, peinan en ese surco el mar según les llega a los labios. Sí, comparten aguas, las caminan, reconoces. Pero esto era un regalo, y me resulta tan fiel, con solo acordarse, con ajustarse a lo que son las aguas, con hacer lento para mayor hombre el subirse a la loma y hacer su apertura lenta:

                                             un cuidado sonámbulo y duda en cada lazo.


                                  aunque se afloje indiscriminado un brazo por toda la costa.

Contando con la delicadeza de que nadie sople los pies que sobre cristales arden en deseo contando lo que nos falta.

                                                 

Inicio de hombre
                          
Sólo tierra también en el origen. Extensa, detenida                       
y dotada de cierta profundidad. En derrumbamien-                             
to continuo temeroso del perro que arriba merodea.                                
Camina, palpa, golpea, entierra su hueso en nuestro                          
cuerpo de barro indefinido. Abre los surcos. Inserta                                
lo ajeno. Se aleja.                                   
Los años turban y el hueso hibernado inquieta todo                         
lo de su entorno y salta. La huella de un mordisco bus-                              
ca su amo.  Inicia el camino llevándose consigo ese                               
cuerpo hundido que ahora tiembla de rapto, de vida,                             
de vida nuestra inclinada.                                  
Otros años van acallando el rumor de ese barro                           
siervo articulado. Hasta que el cansancio vence, que                            
un día llega.
Pulido en nuestra herida despeñada, el hueso se
sitúa de nuevo ante la espera.



Su comentario 

            Lo que iba a decir empieza por no. Y es solo esto, soplando en busca de tres cerdos que conspiran y apuestan, a menudo demasiado fríos, resumidos, como de otra vida, yo todo intención, hablando demasiado a los ojos, la voz a los labios, como para explicar, como para dar legañas a esa idea sin anécdota que hay que recorrer. Como ser sincero, alzando la ceja de los brazos de otros.

No se me pidió el teléfono. Además la tormenta. Además, desafinado. En autobús, para dar más espacio al detalle manso, ridículo moscardeando en el corazón. O en el cristal. O se me había escapado el peso de un animal, una rama adelantada de la primavera atravesándome la camisa, el puño en la polémica y solo. De repente, el buen oído del conductor dio con la sugerencia: un hormigueo idéntico a mi casa, la puerta que detiene y da sueño y prisa, como si hubiéramos olvidado lo básico en otra parte de la ciudad. Hoy, durante la primera nevada del pasado invierno.

Mientras nos sentamos a decidir, la trama que nos cansa el olfato aparca la lluvia. Un bloque modulado en torno al paraguas. Cuando amanece, la instigación en la piel de la luz da miedo tierna: en una distracción parecida, el árbol y los edificios han seguido rumiando. Es temprano en el día para ser completamente olvidado. Hay que preocuparse en serio, por primera vez desde noviembre. Envejecido nervioso un vecino entra y ni se aburre de vernos. La madera distante habla a través de la lluvia de verano, y todavía pienso lo mismo. Sacar a pasear un perro de mi cuerpo llevaría meses en estas circunstancias. Pero no hay después otra vida y esta no ha dado otra pista.



Formas    


         De las uñas del abrazo retórico queda como embobado, que no dejan señales en la espalda, como haría lija la comadreja, en su halago.

         Si abrimos el saludo, encontraremos una conversación dolorosa y agua hasta el cuello de esa primera palabra que traduzco tropiezo. ¿Levanto noches? Sólo tengo una calle, no amigos. Gordo y confuso, ofrezco la flor, pero vendido hasta el ejemplar, ¿qué puedo yo, tonto limitado, contra la más amable de las lluvias, cuando su disfraz ha pagado en cierto modo estas piedras? No me acostumbro a los desajustes. Volcar un colchón sobre la bisagra del momento habría dado al hombre que todavía me estaba poniendo de pie una resistencia. Pero me convenció. No pude establecer una mesa cuando quise más. Estaba alrededor clavando mi vergüenza pobre, yo hablando en sueños. Quizá no tenga centro, pero está lleno de aristas el muy equilibrado. Sobre todo cuando cogió la oreja y me dijo:

Repetir un hallazgo es dar un segundo beso en la mejilla del primero. ¿Por qué no mejor sólo la mano?





Cuando la pausa


         De una  estocada se revolvieron las plumas en torno al fino pensamiento. El vuelo era demasiado amplio, la dispersa migración intensa. Zanjé alas, pacientemente detuve los pasos. Hice la cama junto a los últimos modales entretenidos. Y no sentí la desnudez. Sí la desolación, después, que abrió como envidia o posibilidad el mundo y su gesto que antes sólo había despreciado si visto. ¿Dónde quedarme ahora?

         Tras la tormenta, vienen los desechos y la calma asimila todo. Pero la edad no se hospeda en ideas abstractas. Ni siquiera en comparaciones. Y el esfuerzo hacia tantos caminos de las formas que estaban cerca de ser, no ofrece resistencia al aire. Y he quedado gris en medio de una claridad ajena. Años para una decepción tan correcta. La marea baja hasta darse en otro mar. ¿Cómo no quejarse?

         A veces gotea una obsesión en esta casa. Cuando me muevo siento, a intervalos, las intrigas de un cuerpo.







Fábula de cristal



         Picado en la noche de verano el hielo del espejo por toda la mosquitería del lago, no supo y comenzó a rascar hasta la arena su espalda renegrida.

         Sintió que dejaban de mirarlo, herido el baile de su perfil, frágil, entre la hierba, desviado. El orgullo al pozo de aire cuando lo cruzan invisible. Con esa transparencia, entonces, inclinar su rabia y provocar el fuego entre los hombres. Alzar el carbón de nuevo y su mensaje.

         Pero la llama no trae en sus alas amor ni moraleja.

         Seguro, en alguna gruta quieta, se baña ahora entre reflejos, solo, el joven desprendido.





Solución de superficie    

Prometeo a la tenia que ventila su última cena, de la tarde previa a su caída en lo decorativo, adorno de monte en el diseño:

Se te ablanda el pico.

Como todo pájaro atrapado en una lógica de farsa, su respuesta, siempre la misma de la misma:

La alternancia en el poder es el olvido de tus dioses, yo también me harto.

Prometeo a las hienas:

Dejaos caer y haced hueso de este despojo, que os he puesto en la vitrina de la esperanza.

Las hienas a lo lejos:

El mundo quedaría hueco de nosotras, perdido nuestro viento de borrego, si cediéramos hoy.

Prometeo a su cuerpo de salamandra:

Haz crecer otro imbécil de ese intestino rebanado y deja que vaya a las cavernas oculto para inventar erróneamente al hombre, equilibrio de mi debilidad de antes.

El intestino recién nacido:

Estoy sordo mientras me desperezo, luego soy tú, y luego desaparezco.

Prometeo abandona la palabra. Se concentra en la lenta deformación geológica y compone su muerte digna.





Giro

 Si pudiera callarme, música al oído de mis nervios.

         Leer en los labios. Dejar la humedad en las intenciones. Los ojos atados a la niebla. El cuello contra la noche. Una mano en las ideas, torpe.

         Dar una semana a esa región. No conocer. Llegar tarde con olvido. No acosarse ni contarse los dedos. Haber pensado sin irritar. No haber provocado devoluciones. Un mal dibujo para la concentración y el tiempo.

          Al que gima, zumbe o llore se le quitará el nombre. No se discutirá lo presupuesto. Sin palmas a lo oculto. Recuerda: nunca se para la grabación ni el mundo. No se da todo a todos siempre. La gota que colma es la primera. En casa, la pared. En la calle, como horizonte, el suelo. En la reunión, asentido.

         Hace casi dos años.

         Y se me cae de vergüenza, asistir al lugar movido de este mínimo con casi.







Cama de agua de palabras


         No hundo estas horas con interés en tus fronteras o en tu tierra prometida a otra mano más dócil. Si tu cabeza en mi hombro se confiesa de nombres, en carne y en atención y pausa, yo me confío, y con el oído pegado a tu caracola escucho la reconstrucción minuciosa de un mar heredado. Y no creo que tu familia sea necesaria mientras hago la sábana aburrido de recuerdo de hermanos que estremecen la evidencia de que no estás aquí más que en espíritu de tedio ultraterreno, como el de la danza. Al menos un minuto que te calle, abierta vacía mía que tus datos me llevan a brazadas de biógrafo. Así que me voy, mejor. Tengo el costado grave, los oídos taponados por el salvaje descenso al mar de tu cuerda sin fin. Otra vez recordaré: no aceptar una invitación de contorno familiar.

         Besarte me ha llenado de años los labios.







Su muerte


Una vez mordido el cerdo de la belleza, como si nada en lo suyo pensando seguía, las uñas duras y cabeceando suavemente contra los escaparates. En una posibilidad remota.

Le encontraron los frenos abiertos como sandías.

La piel llena de luz y de atajo.

El hambre fuera.

El frío diagonal seco.

La mujer en la que había pensado, volcada entre montañas.

Un policía de las cortinas vecino de vista lo reconoció camino de su  hijo.

A la espera descansa bajo coordenadas de regalo.

La crema del ruido, en otra ciudad inexacta.

Lo enterraron con sus preposiciones.









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